El responsable de este repunte de la ferretería es Federico Moccia, un escritor italiano, autor de Hoy tengo ganas de ti, un libro en el que una pareja sella su amor colocando un candado con sus iniciales en una farola del puente Milvio, en Roma.
El autor italiano a lo mejor no pasa a la Historia de la Literatura pero ahora mismo está vendiendo más que Proust y Goethe juntos. Por otro lado, hay que achacarle, aunque sea de forma indirecta, los daños al patrimonio en decenas de puentes de Europa, atiborrados de candados.
En Málaga, afortunadamente, el puente elegido para la demostración amorosa es el del Centro de Arte Contemporáneo, que tampoco pasará a la historia ni por su fácil accesibilidad ni por su impronta. En todo caso, cuenta con unas verjas con cientos de agujeros en donde anclar los candados. Y a ojo de buen cubero, en el puente hay ahora mismo unos 500 candados, tirando por lo bajo.
Una de las cosas que más llama la atención es la variedad de expresiones amorosas y cómo muchos de estos candados los colocan parejas de guiris enamorados.
En letras del alfabeto cirílico han sellado su amor, en mayo de 2012, Olia y Valeria y lo mismo han hecho Anya y Andrei.
Resaltan, por su originalidad, los diminutivos cariñosos, que también tienen cabida en este puente sin fin en el que son más numerosos los candados que dan al lado sur, el que mira al mar. Ahí están, más unidos que nunca, Gordi y Cari, diminutivos en el que la segunda sale ganando. Lo mismo ocurre con Rapadito y Rubia, aunque sólo sea por la abundancia de pelo de esta última. Y qué me dicen de Guapi y Enani (aquí Guapi juega con clara ventaja).
Y candados hay para dar y regalar, de todos los gustos y colores. Los hay verdes, rojos, pintados con corazones y quizás tan oxidados como la relación que pretendieron anclar para siempre. Uno de los más originales es una fórmula matemática de la relación en pareja que dice así: J + J: J2.
Y la cosa marcha para uno de los candados más antiguos, el de Carolina y Miguel, fechado en agosto de 2006 y que viene acompañado por la leyenda «Mi amor eterno». Como el inventor de los candados amorosos no publicó su novela hasta 2007, hay que pensar que Carolina y Miguel se apuntaron más tarde al invento, datando el comienzo de su relación, o bien fueron los responsables, sin saberlo, de esta pequeña inyección de alegría para las ferreterías.
Pero no podemos olvidarnos de Germán y Susana, inmortalizados en un candado grande y verde, como una manzana, en el que han combinado muy bien el positivismo con el romanticismo, añadiendo un lema sobre su relación: «Lo posible siempre existe».
Pero no crean, en estos escenarios de amor para toda la eternidad siempre surge algún alma de cántaro, algún farruco como el autor del siguiente candado, de quien adivinamos alguna fijación mamaria porque su candado se limita a exhibir la palabra «Teta» escrita con grandes caracteres.
Son tantas las pequeñas historias de este puente del amor que mañana seguiremos con el resto de la tanda.