Con el permiso de ustedes, y del protagonista de esta historia, que desconoce mis intenciones, hoy me gustaría hablar de una historia de amistad sin fronteras entre un malagueño y una antigua maestra rural cubana que se ha prolongado durante casi 20 años.
Todo empezó en 1993, cuando Manuel Ruiz Benítez, uno de los promotores de la ONG Pangea, visitó La Habana para entregar ropa y medicinas.
Entró por casualidad en una residencia de ancianos y le recibió, en nombre de todos, Luz Marina González de Quevedo, una maestra rural jubilada que le recitó a Lorca y a Miguel Hernández y le estuvo hablando de España. Los dos acabaron con lágrimas en los ojos.
Al día siguiente, el malagueño regresó con un ramo de flores para la anciana y se inició un amistad y una relación de afecto como la que une a una madre con un hijo. De propia iniciativa, Manolo mejoró las condiciones de vida de la residencia (Hermanas Giral) regalándoles una ambulancia, haciéndoles llegar ropa y comida y finalmente, arreglando la casa donde vivía el hijo de Luz Marina para que ella pudiera irse a vivir con él.
Y esta maestra cubana, nacida en el municipio de Pedro Betancourt, en la provincia de Matanzas, en el verano de 1910, vio cómo en su vida entraba un nuevo hijo. El sentimiento era mutuo: «Para mí ha sido como encontrar una madre que tengo a seis mil kilómetros», contaba Manolo hace unos años.
Las alegrías para la Luz Marina siguieron llegando del otro lado del charco, porque Manolo Ruiz Benítez tuvo el detalle de recopilar los pensamientos de esta maestra en dos libros, Reflexiones de una octogenaria cubana, un epistolario con prólogo de Carlos Hernández Pezzi, publicado en 1996 y tres años más tarde salió a la luz Prosa privada, cuando ya la autora contaba con 89 años.
El firmante de estas líneas tuvo la suerte de poder hablar por teléfono con la señora Luz Marina en 2005 y ser testigo de la felicidad que irradiaba por esta amistad malagueña.
Hace unos meses, a los 101 años, falleció esta encantadora maestra cubana, que tuvo la dicha de conocer a un amigo generoso hasta el extremo.
Cierra el primer libro de Luz Marina González de Quevedo una carta de la directora de la residencia de ancianos, Antonia Darias Beltrán, en la que destaca que la amistad de la profesora cubana con Manolo Ruiz Benítez ha sido para esta anciana «un rayo de luz» que le ha deparado a sus años cariño y respeto.
Casi veinte años de amistad sin fronteras y de amor fraternal que dicen mucho de este malagueño luchador, encarcelado tres años en tiempos de Franco por sus ideas políticas y que sigue siendo un ejemplo para todos.
A Manolo hay que darle el pésame por la pérdida de esta mujer excepcional pero a la vez, felicitarle por tantos años al pie del cañón, perseverando sin tregua en el cariño y la amistad, una amistad que él sigue extendiendo a la familia de Luz Marina González de Quevedo.
En estos tiempos tan quebradizos, hay espacio para que las personas buenas nos den, sin pretenderlo, lecciones inolvidables.
Emotivo artículo. Se es realmente privilegiado cuando se puede mantener con alguien una amistad como la que describes, dar con una persona lúcida de esa edad y poder mantener un contacto frecuente con ella es como poder sentir viva la historia.