Cuando los amigos del poeta Emilio Prados le preguntaban sobre Málaga, este describía su ciudad natal como un ejemplo perfecto de ciudad surrealista, en el sentido más artístico del término, en unos tiempos en los que además el Surrealismo se encontraba en pleno auge. Algo de eso recogió Alfonso Canales en sus conocidos versos sobre Málaga: «Allí vive más el que sueña que el que está».
Con estos bagajes, también desde el punto de vista humorístico el surrealismo se palpa en nuestra desnortada ciudad. Ese fue al menos el eje del librito de un servidor sobre los prototipos malagueños, nuestra particular triada mediterránea del majarón, el merdellón y el chusmón.
Pero la crisis económica también ha dejado su mella en estas tres figuras tópicas de nuestro imaginario colectivo. La primera de ellas, formada en sentido reducido por esos enfermos mentales que en los años 40 a 70 del siglo pasado se convirtieron en personajes populares de las calles, han dejado atrás, menos mal, el desamparo legal y asistencial en el que muchas veces se encontraban.
Pero en sentido amplio, el majarón, entendido como el malagueño al que le falta un tornillo –sin que eso suponga la inclusión en patología alguna– ha ido derivando, por culpa del estrés, el empeoramiento de las condiciones de trabajo o la falta de este, en una disolución del tópico.
Ya no hay majarones como antes sino malagueños estresados o abrumados por las circunstancias, un porcentaje que crece tanto que ha dejado en un segundo plano esas individualidades desquiciadas que nos abochornaban en un banquete de bodas, un estadio de fútbol o incluso en un acto con el alcalde o el presidente de la Diputación, pues como figuras públicas que son, siempre han sido auténticos polos magnéticos para los majarones de antaño.
La crisis también ha arrasado con los merdellones, entendidos en sentido primigenio y no como simples horteras sino como nuevos ricos, individuos ignorantes de muchas normas de urbanidad y de que Bulgaria fuera un país, pero que nadaban en dinero. La veterana Costa del Sol ha sido una tradicional incubadora de merdes, muchos de los cuales han tenido que prescindir de sus ostentóreas riquezas o están inmersos en procesos judiciales.
En cuanto al chusmón, palabra que deriva de chusma, como se llamaba a los galeotes de las galeras reales y que Rabelais empleaba hace cinco siglos para referirse a las tripulaciones de los barcos a secas, también ha bajado algunos decibelios su frenesí existencialista.
Al descender los ingresos disminuye el número de coches discoteca o ya no son lo que eran. Las dosis de ruido vital y egolatría también bajan con tanto desempleo y la Feria de Agosto ya no es lo que era sin las hordas descamisadas, dignas de ese programa de TV de jóvenes altaneros en busca de pareja sentimental.
Confiemos en que esta decadencia sea un fenómeno pasajero y que muy pronto podamos repetir esa copla flamenca, tan propia de la Málaga majarona, que tanto le gustaba recitar a Emilio Prados en presencia de sus amigos: Tiro piedras por las calles/ y al que le den, que perdone/ tengo mi cabeza loca/ de puras cavilaciones.
Los majaras, como El Lengua, han desaparecido y los añoramos. Ahora tenemos a los políticos, auténtica plaga de desalmados que nos volverá a todos locos, locos de verdad.