Hace unos años, el autor de estas líneas escribió una crónica sobre el llamativo aumento del número de mesas y sillas en la plaza del Obispo, señalando que cualquier noche nos encontraríamos a clientes cenando dentro de la fuente.
Esta última apreciación le supo a cuerno quemado al trabajador de uno de los establecimientos de la plaza, que envió como respuesta una carta ausente de piropos y que si pudiera resumirse en un cuadro sería el de El grito de Munch.
Justificaba este lector su enfado en la necesidad de mantener el puesto de trabajo, así que si había mucho o poco mobiliario privado en la vía pública no debía ser motivo de crítica periodística.
No compartieron ese punto de vista los vecinos del Centro Histórico, que hace menos de un año consiguieron frenar la idea de que la plaza de la Merced se atiborrara de terrazas, como ha ocurrido con las plazas del Obispo, las Flores, el Carbón, Uncibay y algunas calles del Centro, El Romeral o El Palo –por citar algunos barrios– reducidas a meras hileras para el paso de peatones pues el resto está sobreocupado por algunos hosteleros.
El movimiento vecinal, con su conquista de la plaza de la Merced para el disfrute ciudadano gratuito, ha hecho ver a los políticos que, incluso en época de crisis, hay que buscar un equilibrio entre los negocios privados y el espacio público.
Hace un par de semanas el alcalde recorrió el Centro en un discreto paseo con la asociación de vecinos y constató el paso de tres pueblos de algunos establecimientos, señeros y veteranos algunos, recién abiertos otros, sin ningún problema para driblar a la administración municipal, en unos casos instalando en la calle más mesas de las acordadas y en otros, incluso colocándolas sin tener licencia para ello.
En resumen, haciendo trampas a la vista de todos, una situación inadmisible para la mayoría de malagueños que cumple con las normas y que sólo pide que el Ayuntamiento ponga orden en su corralito.
Por eso, las recientes advertencias y retiradas de mesas del Consistorio deben verse, siempre a juicio de un servidor, como una lucha contra la picaresca en la hostelería que beneficiará a toda la ciudad, cuyo Centro Histórico se estaba convirtiendo en un camarote de los Hermanos Marx de mobiliario de hostelería. Un laberinto cuya expresión más absurda la teníamos en la calle Sánchez Pastor, con los peatones andando en zigzag y los vecinos, al entrar en sus portales, estampándose con las bandejas de los camareros (no es una metáfora, es una anécdota real con nombre y apellidos).
La crisis económica, por profunda que sea, no puede ser la excusa para que algunos dueños de bares y restaurantes se salten las normas a la torera. Sintiéndolo mucho, la estampa de una cena en la fuente, aunque pareciera exagerada, no iba tan descaminada.
De cine
No se pierdan en los jardines de Pedro Luis Alonso, las rosas dedicadas a Ingrid Bergman.