Desde hace más de diez años, dar una vuelta por la calle Vendeja es como asomarse al panorama de ruido y furia de una tertulia del corazón. Si no fuera por la presencia del Barrilito, el árbol veterano que estos días nos regala un verde intenso y que merecería un sitio de honor en cualquier museo, este rincón de Málaga parecería salido de un olvidado bombardeo.
Tres décadas estuvo en el mismo olvido la incendiada iglesia de la Merced hasta que fue demolida y sustituida por un edificio de los que no se destilan ni en Corea del Norte.
Para la calle Vendeja se abren perspectivas más halagüeñas después de una década perdida en la que el antiguo propietario de los dos edificios en peor estado no logró llevar adelante un proyecto de hotel de lujo, por las diferencias insalvables con la Gerencia de Urbanismo (o habría que decir, con la normativa urbanística). Lo único que queda de esta etapa es el enclaustramiento de las dos viviendas, envueltas en andamios.
Y aunque la borrasca económica la tenemos encima, en esta zona de la ciudad –la puerta de entrada de miles de cruceristas– el cielo empieza afortunadamente a clarear.
Esta semana La Opinión ha publicado los detalles de la operación de recuperación de los dos edificios antes mencionados, el que hace esquina con la plaza de la Marina, del XIX, y el que le acompaña a continuación, metido en la calle Vendeja, un inmenso caserón del Siglo de las Luces con entrada también a la calle Trinidad Grund, que habría llorado de indignación al conocer el estado en que se encuentra esta vivienda.
En efecto, los dos inmuebles están en peor estado que Berlusconi recién levantado, pero la propuesta de una sociedad hispano-norteamericana para convertirlos en un hotel de 4 estrellas con una zona comercial es muy seria, como ha podido comprobar el autor de estas líneas. Quien tenga dudas, sólo debe darse una vuelta por la esquina de la calle Compañía con la calle Fajardo, en donde se está terminando la estructura de otro hotel sobre tres antiguos solares.
Entre otras cosas, han sido las gestiones de dos malagueños, los hermanos Gonzalo y Alejandro Armenteros –este último, el arquitecto a cargo de los dos proyectos de hoteles– los que han logrado convencer a un importante empresario estadounidense de las oportunidades para invertir en Málaga.
Sin el negro horizonte de desavenencias con Urbanismo, como pasó con el anterior propietario, y con muchas ganas de llevar este proyecto adelante, si finalmente cuajara Málaga perdería una esquina maldita –y la oportunidad de consagrarla a películas de terror como segunda vivienda de Norman Bates– pero ganaría, por fin, una fachada de la ciudad digna y recuperada, la puerta de bienvenida de cientos de cruceros todos los años sin que, nada más pisar tierra, a los cruceristas se les atragante la ciudad.
Por eso, las ganas de que todo llegue a buen puerto –al de Málaga– son muchas.
También las comparte este firmante. Suerte.