A una escala bastante más pequeña que los Países Bajos, Málaga ha seguido la misma senda que Holanda y ha ganado considerables terrenos al mar.
Si hacen memoria, la tendencia continúa y si dudan, recuerden esa propuesta sobrecogedora de colocar una autovía de circunvalación sobre la bahía para que circularan coches, trenes y peatones mientras debajo pasaran los bancos de boquerones (eran los tiempos ya lejanos en los que el Ministerio de Fomento se asemejaba a la corte de los milagros).
Una propuesta con los pies mucho más en la tierra ha sido la del Muelle Uno del puerto de Málaga. Y lo cierto es que, si bien el estudio previo entre la Autoridad Portuaria y el Ayuntamiento se hizo eterno, cuando por fin llegó la iniciativa privada el asunto corrió como la seda.
La inauguración poco antes de las Navidades, muchos la recuerdan, fue multitudinaria. Un éxito en toda regla cuyo eco todavía perdura en mitad de la crisis. Por eso, resultaba descorazonador recorrer el Muelle Uno, con los barcos de recreo, las palmeras y la capilla del puerto y terminar el paseo delante de una alicaída Farola, cuajada de desconchones y churretes de porquería. No se concebía el que, en una operación tan millonaria, nadie hubiera caído en poner a tono la Farola con unos cuantos litros de pintura para que el cuadro no desentonara.
Sirvan estas líneas para destacar la reacción de la Autoridad Portuaria, que hace algo más de una semana ha dejado la Farola inmaculada, con su capa de pintura nueva, como recién salida de las manos del ingeniero Joaquín María Pery, su creador. En este mundo de los detalles que es el del turismo, una Farola sucia no cuadraba en el invento.
De hecho, si examinamos la historia del único faro femenino de España, la farola ha tenido pocas variaciones. A comienzos del siglo XX se le añadió un piso más y durante la Guerra Civil fue camuflada con pintura de color tierra para que no resaltara tanto frente a la aviación, aunque la mayor transformación fue la que sufrió el 28 de diciembre de 1911, en la portada de La Unión Ilustrada, que la mostraba destrozada por una ola gigante, una inocentada que provocó que más de un lector saliera atónito en dirección al puerto.
Con este oportuno lavado de cara, la Farola vuelve a cumplir su función de complemento de la oferta turística portuaria, a la espera de que, uno de estos años, la glorieta que lo rodea lleve el nombre de su autor, el generoso ingeniero gallego Pery, y que algún alma caritativa decida llenar de contenido este sublime cascarón. Cuando hace unos 11 años el firmante de estas líneas lo visitó en compañía del último farero, el señor Agustín Ten, era, talmente, un hospital robado.
En este contexto turístico que inunda el puerto, hora es ya de encontrarle contenido.
Sosiego pictórico
Si algo merece destacarse del monótono y depresivo edificio de Hacienda es la vidriera con números que acompaña algunos pisos, realizada por Manuel Barbadillo en el 78.