El Monte San Antón, el cerro más alto de los que rodean Málaga, es un prólogo de los Montes de Málaga, que tiene detrás.
Hace unos años la asociación de vecinos del Palo, en su lucha porque no se construyera más alto de la cota de 250 metros de altura, evitó que este cerro corriera la suerte del Cerrado de Calderón, que es como plantar urbanizaciones en mitad de una etapa de montaña del Tour de Francia.
Por su orografía, los vecinos del Cerrado no tienen más remedio que comportarse como ciudadanos de Los Ángeles y utilizar el coche siempre y en todo lugar. Algunos hay, eso sí, que alcanzan a pie las estribaciones de la calle Olmos, pero de momentos son hechos heroicos aislados y los vecinos que lo practican con frecuencia son catalogados como una especie de leyenda andante con fama de perturbados.
De la sobreexplotación urbanística se ha librado el San Antón, aunque a los vecinos del Palo les supo mal que, en esta lucha, una riada de chalés pugnara por llegar a lo más alto pero también se congratulan de que no llegara más cemento al río (en este caso, al vecino arroyo de Jaboneros).
No en vano, en la memoria de Málaga permanece con mucha más fuerza que el Cerrado de Calderón –llamado así en recuerdo de Ana Calderón, esa propietaria del siglo XVII que dio nombre a la finca, a pesar de que durante parte del XIX fue conocida como el Cerrado de los señores de Larios–.
Pero el Monte San Antón es bastante más que una finca; por mucha historia que tenga detrás, es un hito de la Naturaleza conocido de distinta forma a lo largo de los siglos (uno de ellos, el cerro de Buenavista). San Antón o San Antonio Abad, viene del patrono de los ermitaños, los mismos que edificaron la ermita hace cinco siglos. Y de sobras es conocido su sobrenombre de las tetas de Málaga, por el doble promontorio que ofrece su perfil de evidentes resonancias anatómicas.
Lo que quizás no sepan muchos es que el San Antón es también conocido por los vecinos más antiguos de los Montes de Málaga como los huevos del toro, y de nuevo tenemos aquí la anatomía, esta vez la veterinaria.
De hecho, existía un dicho relacionado con la meteorología que decía que «cuando en los huevos del toro se mete la niebla, lluvia seguro». José Martín, presidente de la asociación de vecinos del Alto Jaboneros, explica que los cambios climáticos han hecho que este dicho no se cumpla ya siempre.
Larga es la espera
Con humor británico se tomó una pareja de abuelo y nieta una incursión en un centro de salud de la capital. Él, en silla de ruedas, había sido citado a una hora determinada y ahí que se presentó con puntualidad británica, sin saber que lo de la hora es una convención totalmente abstracta, y que en realidad las llamadas son por orden de llegada.
Con este planteamiento, la pareja de familiares tuvo que esperar dos horas y media hasta ser atendidos por el oftalmólogo, pues a eso acudía. Cuando por fin nombraron al abuelo, la nieta, en un arranque de ironía, espetó: «Está muerto», entre risas del respetable.