Se escucha, como un inquietante mantra político, que si los seguros vencedores de las próximas elecciones autonómicas finalmente vencen, harán entrar en razón al antiguo convento de la Trinidad y lo convertirán en el próximo Museo Arqueológico de Málaga.
En estos tiempos en los que, por primera vez después de 20 años, el gasto público se mide al milímetro, imaginen qué pasaría con el palacio de la Aduana, que abrirá sus puertas en el 2013 adaptado para ser Museo de Bellas Artes y Arqueológico. Habría que desandar todo lo andado y eso costaría dinero.
Pero lo cierto es que muchos años lleva rondando esa idea sin pies ni cabeza en varias cabezas, que con muy buena intención y escasos estudios de campo, consideran que el Arqueológico no sólo será la solución para un edificio histórico con el que pocos sabían muy bien qué hacer sino que además será un revulsivo para el barrio de la Trinidad, una zona de Málaga históricamente olvidada y ninguneada desde hace lustros, como muy bien recuerda –desde hace lustros– la asociación de vecinos.
Está por ver, eso sí, que un museo arqueológico en la Trinidad dé sus frutos o si por el contrario, se convierte en un espacio bastante solitario, sólo visitado por colegios de la zona, como le están ocurriendo a los museos situados fuera del Centro Histórico, e incluso dentro de él pero alejados de las zonas turísticas, como el Museo de Artes Populares.
Por eso, si la experiencia nos enseña que el mejor sitio para el Museo Arqueológico debe ser el entorno del Museo Picasso, resulta verdaderamente incomprensible que los futuros vencedores nos vengan ahora con esta cantinela.
Si esto no bastara, habrá que recordar las palabras del que fuera director del Museo de Málaga, que tan bien conoció sus fondos, Rafael Puertas Tricas, tristemente desaparecido. Decía Rafael con enorme sorna, cuando años antes se planteaba dejar un único edificio como Museo Arqueológico que qué pensaban poner los políticos dentro de él, puesto que los fondos arqueológicos de Málaga eran bastante normalitos y no alcanzaban, ni de lejos, la abundancia de Antequera.
Siguiendo con la sorna, Rafael Puertas señalaba que la única solución posible sería llenar una planta con miles de fragmentos de cerámica árabe, dado que aquí había poco que rascar.
El autor de estas líneas se suma a la postura que siempre mantuvo este irónico y sabio arqueólogo. La mejor solución es combinar en un edificio –como la Aduana– el museo de Bellas Artes y el Arqueólogo. Constituirá sin duda una gran atracción y los restos arqueológicos serían admirados por cientos de personas a diario. Enviar el museo a la Trinidad es condenarlo al anonimato y a la sequía de visitas y de paso, con el riesgo de que, para llenar de contenido todo el antiguo convento, nos encontremos con un museo reiterativo y plúmbeo.
Ya me dirán si tiene sentido, a estas alturas de las obras de la Aduana, que los, probablemente próximos gestores de la Junta nos salgan ahora con este proyecto que desviste a un santo para dejar mal vestido al otro.