En casi todos los barrios hay agujeros negros, espacios que la Ciencia no logra comprender, empezando por la ciencia urbanística, que hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria en Málaga y su sufrida Costa se ha dedicado a justificar la introducción, con calzador, de viviendas en sitios sólo aptos para las cabras.
La barriada de Carlinda, al final del Camino de Suárez, cuenta con uno de estos rincones ajenos a ciencia alguna y que resulta complicado justificar ya bien metidos en el siglo XXI.
Llama además la atención este espacio innombrable en un barrio que cuenta con numerosas infraestructuras que han ido llegando en los últimos tiempos como un vecino centro de salud, un parque acogedor, zonas deportivas, juegos de petanca, parque infantil o un paseo próximo, en Florisol, dedicado al entregado presidente de la asociación de vecinos, Rafael Jiménez, que peleó por muchos de los logros de Carlinda.
El rincón al que nos referimos se encuentra junto a un Unicaja, en la placita que se forma en Nuestra Señora de Tíscar. De ahí parte un pasaje infecto de los que ya no se encuentran salvo en las novelas de Dickens.
El pasaje, con grandes escalones, concentra la mayor cantidad de cacas de perro por metro cuadrado de Andalucía Oriental, y por las dimensiones de estas, parecen el aliviadero de un gran danés.
A la intensidad de los efluvios –a años luz de la magdalena de Proust– se suma un jardincito a la izquierda con unos cuantos ficus en el que difícilmente se distingue la tierra porque está sembrado de litronas de cerveza malagueña y exquisita (se agradece el apoyo a las marcas tradicionales pero siempre que las botellas se reciclen).
El caso es que hay un cubo de la basura de los que usaban los barrenderos municipales en los años 70 pero los usuarios prefieren el desparrame antes que el enceste desde la línea de tres puntos.
Para aumentar la sordidez de la escena, la pradera botellera está impregnada de una especie de cal y se asemejan a siniestros restos arqueológicos de un vandalismo detenido en el tiempo.
El pasaje está aderezado además por numerosas ristras de cintas de vídeo, a modo de serpentinas cinéfilas, y es una pena porque desemboca en un terrizo que linda con ese enorme hoyo en el que se encuentra la fábrica de ladrillos Salyt y la zona está tan reverdecida que cualquiera diría que no estamos en un rincón del norte de España, con enormes matas salvajes de buganvillas a lo lejos.
El terrizo, acompañado por un murete agrietado, sirve de aparcamiento y es una verdadera lástima que un lugar que podía ser una espléndida zona verde, con mirador incluido, tenga el aspecto de un polígono industrial desvencijado o por lo que se ve (y se huele) zona de esparcimiento de perros de buen comer.
La orden
En la calle Alonso de Palencia una irónica pintada reza: «No me leas, ve al tele». Eso hace ya media España, tirando por lo bajo.