En las Navidades se mezclan las tradiciones más longevas con el último grito, y un servidor no se refiere a los alaridos antisevillanos de cualquier evento malagueño con alcohol.
Ahí tenemos las zambombas, un instrumento simple pero efectivo, que supera en sabiduría técnica al edificio acristalado que la Seguridad Social levanta en El Palo, (otro electrodoméstico caro costeado con dinero público).
Pero también comienzan a abundar como setas los pedidos tecnológicos a los Reyes Magos como los ipads, los lectores electrónicos o, faltaría más, esos teléfonos móviles a los que sólo les falta realizar implantes capilares (todo llegará, aunque Hilario Pino no haya sabido esperar).
Permanecen como reductos de la tradición los puestos navideños del Paseo del Parque que, como señalan algunos de sus propietarios, este año están notando, además de la crisis, la competencia del Muelle Uno, la nueva atracción de Málaga.
A pesar de estos embates ahí continúan, ofreciendo año a año innovaciones con cuentagotas, quizás porque esta oferta comercial está relacionada con la infancia –a veces lejana– de los compradores, que no esperan grandes sorpresas sino el aroma del pasado, que puede venir incluso en forma de las bombitas fétidas que todavía venden los puestos de broma y todos esos artículos con la marca del chino más bromista que ha dado el antiguo Imperio Celeste (por cierto, se llama Mi-Shan-Fu, las iniciales orientalizadas de su fabricante, el barcelonés Miquel Sanromá Fuguet)
Sigue fascinando como la gran novedad de los últimos años esa nube borrascosa que riega la tierra de Belén, un prodigio que sorprende a los meteorólogos y que muchos belenistas han incorporado a sus Nacimientos.
Algo relativamente nuevo son también las medicinas de coña que en realidad contienen caramelos. A un servidor le obsequiaron hace poco con un fármaco llamado Crecepelux Fortix, de un tal doctor Kalvín. Con la advertencia de que «el abuso puede pasar de un problema capilar a una necesidad de depilar». Demasiado tarde.
Lo que también fascina es que la moda de los vestidos de pastora haya quedado detenida en el tiempo, y en concreto en el de las lagarteranas, mientras que el modelo pastoril de los varones, con esa sobreabundancia de pellizas, esté más próximo a los cosacos del Don.
Una incorporación clásica, llegada de Cataluña es el caganet, que además de hacer de cuerpo en cualquier rincón donde se le instale, otros expertos en belenes prefieren ponerlo cambiando el agua al canario desde algún puente.
Los puestos navideños pasan por momentos complicados, pero satisfacen una demanda que busca, en muchos casos, revivir navidades pasadas o fomentar ese espíritu de ilusión entre sus hijos. Mientras los puestos de belenes y los artículos del chino aguanten, la Navidad seguirá adelante pese a la crisis o a esos seres políticamente correctos y con querencia por los druidas celtas que la quieren transformar en un mero Solsticio de Invierno. Como dijo el torero a Ortega y Gasset, «hay gente pa tó».