El novelón Bomarzo, de Manuel Mújica Laínez, retrata el mundo atormentado del duque jorobado de la familia Orsini, que puebla el bosque de Bomarzo con sus sueños hechos piedra. Esta preciosa creación renacentista, con grutas y esculturas imposibles, tiene una modesta pero eficaz imitación en el solar que antes ocupaban los números 24 y 26 de la calle de la Victoria.
Aunque cerrado por un muro de obra, falta la puerta de entrada, así que cualquier puede acceder a este lugar victoriano de ensueño, en donde crecen los matojos hasta alturas amazónicas y los arbustos parecen tocar el cielo. Los gorriones sobrevuelan este escenario reverdecido que parece un homenaje –bastante cutre por cierto– al jardín de aclimatación que se encontraba muy cerca de aquí, en las proximidades de la calle del Agua, allá por el siglo XVIII.
En el último tercio del Siglo de las Luces las plantas que venían de América entraban a España por el País Vasco o bien por Cádiz, y aunque muchas se quedaban un tiempo en el Puerto de Santa María, las que necesitaban un clima más cálido se mandaban a Málaga, al jardincito de la calle Victoria, antes de continuar su viaje por España o por Europa.
Pero el homenaje resulta, como dijimos, cutre, porque si nos ponemos, literalmente, a los pies de los caballos, veremos un paisaje desastroso que únicamente tiene algo de valor como registro arqueológico de este comienzo de siglo.
Así, junto a montañas de escombros, botellas e incontables latas de cerveza también vemos la carcasa vacía de un viejo ordenador y al fondo, los cimientos de la casa convertidos en una sima en mitad del Amazonas que sólo podemos vislumbrar. Además, ropa entremezclada que forma una masa compacta comparte espacio con velas rojas y una desvencijada silla de estilo Renacimiento, esa moda española que nos acercó al mobiliario de tiempos de Don Quijote y que los que más lo sufrieron lo renombraron como estilo Remordimiento.
Y remordimiento, precisamente, debería darles a los responsables del solar, pero sobre todo a las criaturas unguladas que confunden un terreno privado con su vertedero particular.
Androides del español
La pasada semana, una delegada de la Junta de Andalucía soltó, durante un acto electoral, la siguiente expresión políticamente correcta: «Los ciudadanos y ciudadanas malagueños y malagueñas».
El empeño de tantos políticos por destrozar el español con estas expresiones robóticas, no sólo les hace merecedores de un suspenso en Lengua si regresaran al colegio, sino que también les aleja de sus potenciales votantes por emplear unas expresiones que sólo ellos entienden.
La riqueza del vocabulario español permite desterrar esta jerga incorrecta e ininteligible. Ciudadanos, ciudadanía, personas, gente… cualquier cosa antes que «los ciudadanos y ciudadanas malagueños y malagueñas». Eso hay que dejárselo a C3PO.
Otro muy bien apunte sobre la realidad de hoy, Alfonso. Con una pequeña salvedad, que no quiero dejar pasar . algunos de ellos, puede que muchos de ellos, de esos políticos de los que hablas, no podrían regresar nunca al colegio porque se regresa allá donde ya se estuvo, y me temo, y con razones, que hay muchos que NUNCA han estado en colegio alguno.
Y otra vez decirte lo que tanto repito : esta ciudad te debe cuanto escribes. Gracias, y ahora doble, por esa defensa de la gloriosa lengua castellana o española que tanta honra a todos debería merecer.
Rectifico el inicio de lo anterior : donde dice «Otro muy bien apunte…» , debe decir «Otro muy buen…»
Item más : en la segunda línea, tras el «dejar pasar», hay un punto ( . ); debería pues empezar el siguiente término, «algunos (de ellos) » con mayúscula : Algunos de ellos…
En fin , no voy extenderme más en fe de erratas, que si no, no acabo. Disculpe el lector, pero entienda que cuando se escribe con el ánimo algo exaltado, pues se habla de algo que hondo nos llega, puede a uno ocurrirle lo que a Alvar Fáñez le pasaba en el Poema de Mío Cid : se atolondraba y tartamudeaba incluso, de puro nervio que se tornaba el buen alférez cidiano. Un saludo a todos.
Hay que tener más valor que el que tuvieron los intrépidos pioneros que descubrieron nuevos mundos, para aventurarse a explorar algunos de nuestros solares céntricos.
Los políticos elevan, de campaña en campaña, al grado máximo, el arte de hablar mucho para no decir nada y expresiones de este tipo ayudan a que el tiempo corra.