Si el movimiento se demuestra andando, la lógica veneración por Pablo Ruiz Picasso que siente esta ciudad debería también demostrarse de forma eficaz, sobre todo en estos tiempos del octubre picassiano.
Cierto que Málaga ha pasado en las últimas tres décadas de mirar por encima del hombro a Picasso a una pose menos provinciana, aunque todavía quedan núcleos irreductibles de atavismo que aseguran que un niño de cinco años podría pintar tan bien como el genio universal.
En Málaga, ciudad sólo a ratos cosmopolita pues cuenta con un importante sector de cerrados de mollera, se ha ido imponiendo la revalorización de la obra picassiana, que además se ha convertido en una importantísima fuente de ingresos para la ciudad.
Por eso, no se entiende la falta de atención del Ayuntamiento a los Jardines de Picasso, en donde los dos monumentos al pintor aparecen desde hace años completamente vejados por las pintadas de más bajo calado intelectual, imperando la reproducción de órganos reproductores masculinos de distinto tamaño.
En muy mal estado se encuentra la escultura abstracta donada a Málaga del primer homenaje a Picasso en España, realizado en 1972 por Ramón Calderón (el escultor santanderino, no el expresidente del Madrid). Una gran pintada roja que cubre la pequeña obra deja constancia de los dos zangolotinos inmortalizados: Ángel y Andrea.
Pero sin duda, la que se encuentra en peores condiciones es la obra de homenaje a Picasso de Miguel Ortiz Berrocal.
Chorreones de todo tipo, algunos de procedencia ignota, encontramos en esta asombrosa y laberíntica obra, pero lo que más imperan, y alcanzan la media centena, son las pintadas.
La tenemos de todo tipo y en muchos colores. Algunas denotan que los autores de la afrenta no están muy interesados, por ejemplo, en la poesía de Fray Luis de León. Eso al menos es lo que un servidor intuye leyendo las firmas de Román El Rata y Luis El Pechuga.
Las pintadas, por cierto, alcanzan las cotas más altas del monumento, de ahí que también deduzcamos que sus autores tienen habilidades prensiles. «Yo soy la blanca, y yo el negro», reza una frase, mientras otra invita a un supuesto «paraíso» (sic) poblado por falos. Este último motivo se repite hasta la extenuación en varios recovecos de la obra, aunque cualquier erotismo que el paseante pudiera suponer de estos órganos reproductores es pura entelequia y en su lugar los autores optan más bien por la estética churrigueresca (un churro, vamos).
Así, cargado de sensibilidad poética es otro cipotón (con perdón) acompañado de las palabras «nunca lo olvidaré».
Escoltando a esta pintada se aprecia la más antigua de todas, fechada en mayo de 2004, y en la que aparecen los nombres de Isa y Juanma.
Confiemos en que, aprovechando el octubre picassiano, nuestro Ayuntamiento dignifique estos monumentos que hoy lo único que demuestran es un escaso aprecio por ese genio malagueño con acento catalán y que hablaba francés en la intimidad. Los Jardines de Picasso aguardan con impaciencia a los servicios municipales.
Irónico y justo en tus palabras, insobornable en tu manera de señalar carencias, y creo que sobre ello, con ese tono que se les queda a los que bien se empaparon de la prosa de Cervantes, un cierto deje de humanidad lastimada por tanto desafuero… Gracias, Alfonso, muchas gracias por tus crónicas y todos tus escritos.
Los de la pintada de mayo de 2004, Isa y Juanma, acabaron en los juzgados por mutuos malos tratos psicológicos. Algo parecido a lo de la pintada de Mónica pero más primitivo.
Por cierto, creo que deberían renovar la pregunta del color del mar, que hacen cuando se escribe aquí un comentario, ya que en el Hierro es verde.
Saludos.
Decir que Picasso es malagueño por el simple hecho de haber tenido la mala suerte de nacer y pasar unos pocos y desgraciados años aquí, creo que no es acertado. Por demás, podría decirse, casi sin temor a equivocarse, que de haber permanecido Picasso en Málaga, probablemente lo hubiesen asesinado como a tantos otros, por el simple hecho de ser buenos. Una pena.