El concepto de monumento urbano ha cambiado como de la noche al día. La idea decimonónica de busto escultórico e inmutable de un prohombre, con sus mostachones flácidos (piensen en Castelar) y las palomas practicando puntería en la cabeza del homenajeado ha dado paso a algo menos solemne y mucho más divertido y que, en un principio, al menos en Málaga sólo estaba destinado a los niños.
Es el caso del monumento al burro Platero en el Parque, creado por el escultor Jaime Pimentel en la primera mitad de los 60, y cuyo lomo brillante evidencia que ha sido utilizado como medio de transporte por miles de niños (un servidor tampoco se libró de la foto de rigor en sus tiempos mozos).
Más de 15 años tardó el Ayuntamiento de Málaga en plantar por las calles nuevas esculturas que animaran a participar, a jugar con ellas. El homenaje de Berrocal a Picasso en los jardines que llevan su nombre estaba concebido para que los niños treparan por ella. La de Jaume Plensa, Jaula para pájaros, en la plaza de Félix Sáenz, permitía muchos años más tarde pasar por debajo (con estrecheces) y algunos hasta aprovecharon para pegar sus ofertas de empleo. La obra de Tony Kragg, Points of view, en la confluencia de la calle Strachan con la calle Larios, es una obra que los niños y no tan niños escalan, mientras que Panta Rei, la pérgola-araña de Blanca Muñoz, es una pequeña columnata en un rincón de la plaza del Siglo.
Y siguiendo el modelo de otros rincones de Europa y América, la unión de innovación y línea clásica se ha podido ver en las estatuas a Hans Christian Andersen y Pablo Picasso, con quienes uno puede compartir banco.
Esta línea imaginativa, apartada ya del repetido modelo del XIX, la tenemos, ya no como homenaje a nadie sino como mero despliegue de imaginación para dar un poco de alegría a un rincón de Málaga en la calle Nicasio Calle, de la que cuelgan, de una especie de barra de ejercicios, unos funambulistas de fantasía, obra del escultor Chema Lumbreras y que muy bien podía haber ideado Lewis Carrol, el padre de Alicia en el país de las maravillas.
Sin embargo, los más sagaces habrán caído en la cuenta de que en la calle vecina, la dedicada a Moreno Monroy, ha desaparecido el banco que con tanto esfuerzo sujetaban dos conejos. En su lugar, como no podía ser menos, hoy nos encontramos con la terraza de un negocio.
Pero no teman, este originalísimo banco está siendo reparado por el Ayuntamiento, pues al parecer la maniobra de un camión rompió la pata de uno de los conejos (doble mala suerte). Y como dicen bastantes políticos malagueños, «esto no es un huevo que se echa a freír». El autor de la obra tendrá que supervisar esta operación que a Messi o a Cristiano le habría tenido una temporada en el dique seco.
En cuanto el conejo vuelva a andar, podrá tener la fuerza suficiente como para sostener el banco.
Lo que han cambiado, para bien, los monumentos y el mobiliario callejero.