La semana pasada, este periódico informó del documento del mes del Archivo Histórico Provincial, dedicado a los intentos fallidos para construir, en el Oeste de Málaga, un balneario para trabajadores.
Los límites del artículo no permitieron recoger toda la charla de la archivera municipal Mari Pepa Lara, que habló de los antiguos baños y balnearios de Málaga, un campo del que, hasta su tesis doctoral, nadie había investigado.
Sin duda, el rincón que hoy más exótico nos parece de esos tiempos remotos es el que ya aparece reflejado a finales del siglo XVIII en el plano de José Carrión de Mula: la zona delante de la Cortina del Muelle, llamada el baño de los ciegos o de las mujeres. Destinada en exclusiva al baño de las malagueñas, estas no podían bañarse antes de las 10 de la noche, cuando la oscuridad veraniega comenzaba a ser aceptable. Se entiende ya por qué se llamaba el baño de los ciegos.
En este sentido, la investigadora malagueña sacó a relucir un bando de 1852 que prohibía bañarse junto a personas de distinto sexo (los hombres lo hacían también en aguas portuarias pero en Pescadería).
El baño, recordaba el alcalde, ya fuera para hombres o mujeres debería hacerse a partir de las 10 de la noche y no antes, «aún cuando se use de traje conveniente». Para el caso de que un bañista se acercara a una bañista o viceversa, la pena por semejante descaro sería de cuatro días de arresto.
Sin embargo, tampoco a las mujeres les duró el asueto nocturno, pues con la llegada de los sucesivos balnearios a esta misma Cortina del Muelle, los baños tendrían que hacerlos hombres y mujeres en estas albercas cerradas y separadas por sexos, hasta que en 1886, por la insalubridad de bañarse en un agua que podemos imaginar bañada en porquería, se prohibieron las aguas portuarias para el baño y todo el tinglado de los balnearios se fue para La Malagueta.
Los baños de los ciegos, fiel reflejo de una moral sobrepasada, están a años luz de las playas de nuestros días. Y si hablamos ya de las playas nudistas…
Enigma
Si durante muchos años nadie ha tenido la más remota idea de qué Martínez mereció el honor de contar con una calle, la niebla del tiempo se cierne sobre el estrecho pasillo que une la calle Martínez con la Alameda Principal, llamada calle Comisario y ocupada en buena parte, desde hace años, por las mesas de una frecuentada marisquería. La única conjetura la aportó Francisco Bejarano, quien señaló que el nombre podía deberse a que en esta vía tenía su sede el comisario del Puerto.
El locutor
Aunque entre los micrófonos y su persona se ha establecido una importante distancia, resultó imposible no reconocer ayer, incluso con sus gafas de sol, al personaje que paseaba por la calle Molina Lario con un diario deportivo bajo el brazo y un puro de bastantes esloras de longitud. Si ha pensado en José María García no anda lejos de la respuesta.