El 1 de julio es una fecha psicológicamente importante. Las personas que, a estas alturas de la crisis, tienen el privilegio de contar con un trabajo, ponen su mirada en la playa, a la que querrían llegar atravesando agrestes cerros de expedientes, diligencias judiciales y estrategias de márketing.
La playa, el verano, las vacaciones, llaman a la puerta como hace el Destino en la quinta de Beethoven.
Pero esta llamada psicológica hacia una vida mejor, aderezada con espetos en un merendero, se topa todos los años con una espesa alfombra de nicotina, la que de forma insolidaria nos regalan tantos bañistas fumadores.
En una certera campaña municipal, un monigote aparece haciendo aguas menores en una planta de interior, situada en el salón de su vivienda prototípica (lo de prototípica viene porque junto a la televisión aparecen tres libros de adorno). Las palabras que acompañan esta campaña son «Si no lo haces en casa por qué lo haces en la calle». Habría que trasladar la escena de este gorrino meón a nuestras playas y meter en la mollera de nuestros bañistas fumadores que utilizar la playa de cenicero es uno de los gestos más insolidarios, incívicos y degradantes con que nos pueden obsequiar.
Muy pronto lo notarán desde Sacaba Beach hasta La Araña. Tiendan la toalla en la arena y examinen el piso. Detectarán una miríada de colillas de todas las longitudes y estados, así como hebras de tabaco.
A un ejército insolidario de fumeques malagueños de todas las edades, bolsillos y colegios, no se le mete en la cabeza que no se puede tirar la colilla en la arena. Resulta ridículo que muchos de ellos critiquen el estado de nuestras playas si son los primeros que contribuyen a su declive.
A veces, los pasos para conseguir una ciudad más civilizada son pequeños. Basta con llevar un papelito a la playa, hacer un cono –o la figura geométrica que prefieran– con tal de que sirva para guardar la colilla dentro en vez de desentenderse de ella para que se pierda en la arena o flote unos minutos en el Mar de Alborán. Luego se deposita en una papelera y asunto arreglado: hemos conseguido un modesto pero bello triunfo de la civilización.
Si usted fuma en la playa y la usa como cenicero, acuérdese de que no está contribuyendo a la mejora de la especie. Con insolidarios como usted, la Humanidad dejará de avanzar y seremos dignos de entrar en cualquier isla de los famosos. Disculpen la comparación.
El descanso
El miércoles, tres chicas guiris se sentaron en el suelo de la plaza del Siglo a las cinco de la tarde, bajo uno de los árboles plantados en esta inhóspita plaza mal ejecutada. Sentadas en los incómodos adoquines redondos y con las manos apoyadas en un suelo que, por su configuración, suele atesorar durante días un agüilla negra nada bucólica, el único consuelo ante un descanso tan arriesgado es que, a pocos metros, contaban con una clínica en la que poder ser atendidas en caso de infección.
El único que puede tocar la plaza del Siglo, y esperemos que sea para remodelarla, es el Ayuntamiento. En cuanto a los mortales, mejor ni tocarla.