El fútbol es bastante más reparador de dolencias externas e internas que muchos tratamientos de rehabilitación. ¿Cuántas personas deprimidas o con reúma pegaron un inesperado bote de alegría con el gol de Iniesta en la final de la Copa del Mundo? En circunstancias normales, ni con una grúa del Puerto se habrían levantado de sus asientos.
La propia trayectoria del final de liga del Málaga C.F. ha servido para levantar los ánimos de una ciudad castigada por el paro y, por si eso no fuera bastante, con un equipo de fútbol que parecía ir de cabeza a la Segunda División.
Bien es cierto que el palmarés del Málaga sólo es comparable con lo que algunos científicos denominan el vacío atómico, pero es un vacío recargado de ilusión gracias a la permanencia en Primera y a los nuevos fichajes.
Pero si la temporada pasada ha sido emocionante –salvo en la constatación de que la española es, junto con la escocesa, la liga más aburrida del mundo– la temporada 2011-2012 será la leche en polvo.
Y no se refiere el firmante a que el Barcelona y el Madrid volverán a amuermarnos con su arrolladora superioridad sino a la presencia, 35 años después, del Granada C.F.
No se ha ponderado bastante la incidencia que tuvo el descenso del Granada a los sucesivos círculos futbolísticos del infierno en el imaginario malagueño que, necesitado de un nuevo enemigo exterior, aprovechó la coyuntura política del momento (la Transición) para forjarse un nuevo culpable de todo lo que nos pasaba.
Y es que, la caída en desgracia del Granada coincidió con un proceso de fortalecimiento del antiguo C.D. Málaga que fue asomándose cada vez con más frecuencia a la Primera División, hasta casi perder su condición de equipo ascensor. Difuminada la rivalidad enconada –propia de ciudades vecinas– entre el Málaga y el Granada, la Transición creo un nuevo monstruo al que echarle las culpas de todo: Sevilla y por extensión, la Junta, culpable por los siglos de los siglos de elegir como capital administrativa a la ciudad de la Giralda y no a Antequera –este agravio no sólo es irreparable para muchos malagueños sino mayormente irrenunciable, pues sobre él se edifica todo el memorial de afrentas–.
La circunstancia de que la ciudad culpable de nuestros fallos tuviera no uno sino dos equipos de fútbol no hizo sino azuzar hasta límites insospechados la pugna telúrica y provinciana. Los políticos, siempre tan atentos a sus intereses, también pusieron su irreflexivo granito de arena para incendiar el ambiente y en nuestros días, son innumerables los sevillanos que viven en Málaga y que, una vez conocidos sus orígenes, tratan de justificar con una sonrisa esta mancha en su currículum vital.
¿Cambiará algo el panorama con el regreso del Granada del Averno? Resultará difícil recuperar una rivalidad futbolística tan acérrima, sustentada en parte hace 35 años por una modesta rivalidad administrativa.
Pero quién sabe si, con la acumulación de enemigos imaginarios del presente y del pasado, las pugnas provincianas con las capitales vecinas no terminan rebajando su carga de profundidad. Sería lo deseable.