Cada uno en su campo, Julián Sesmero y Rafael Pérez-Cea nos muestran las claves para ir por la vida de la mejor de las maneras
Las obviedades en la vida muchas veces pasan desapercibidas y se nos presentan en toda su sencillez (y grandeza) cuando perdemos a algún ser querido. Parece obvio que ni el trabajo (para el que lo tenga en España), ni el dinero, ni el éxito social tienen nada que hacer frente al cariño de la familia y los amigos, pero el ritmo absurdo de este mundo de móviles, prisas y cajas tontas muchas veces nos oculta lo primordial.
En los primeros días de junio el autor de estas líneas perdió a dos buenos amigos, Julián Sesmero y Rafael Pérez-Cea, o Rafael y Julián, que tanto montan, porque siempre estuvieron a la par en calidad humana.
Siendo el firmante un quinceañero, se asomaba a esos libros de Julián Sesmero de los años 80 como quien descubría un continente nuevo. Fue el periodista malagueño el primero en rescatar en condiciones nuestro pasado y aportar grandes dosis de orgullo a una ciudad que, por su innata capacidad de autodestrucción, hasta hace bien poco se consideraba un gran cero a la izquierda.
En mitad de un Centro Histórico echado a perder y unos barrios en los que la acumulación de bloques de pisos era la tónica del diseño urbanístico, Julián Sesmero nos descubrió, no que el pasado fuera mejor sino que teníamos un pasado digno de recuerdo y del que podíamos aprender alguna lección. Trabajador incansable, hace un par de años terminó, después de una década de esfuerzos, el Diccionario de Pintores, Escultores y Grabadores en Málaga del siglo XX. Cuesta creer que ha sido obra de una sola persona.
Desde hacía bastantes años, tenía este diario como periódico de cabecera, de ahí que fuera mucho el contacto con Julián, que tuvo que soportar no hace tanto un episodio de sainete político en Alhaurín de la Torre, cuando legó a su querido pueblo de residencia su impresionante archivo. Afortunadamente, la absurda polémica, con la guerra de Irak de por medio, quedó reducida a su esencia: el ridículo.
Amable hasta las últimas consecuencias, hace tan sólo unos días, este fenomenal periodista me hizo un enorme favor enviándome unas fotos de su archivo para un próximo libro sobre la historia de 20 familias de Málaga. Ni que decir tiene que la obra estará dedicada a él.
En julio del año pasado, el autor de estas líneas titulaba un reportaje El encanto de Pérez-Cea. Difícil poner otro título para resumir tanto la tienda como la persona de Rafael Pérez-Cea, que era especialista en dar abrazos inmensos, profundos, encabezados por una sonrisa que le duraba todo el día, y a veces hasta meses.
Era un hacha en los idiomas, en las telecomunicaciones (gran radioaficionado) y en la comunicación directa, que siempre convertía en cálida y entrañable. Cuesta hablar en pasado de una persona que estará siempre presente.
Porque tanto Julián como Rafael nos han dejado, pero hasta cierto punto. Ha sido tanta su huella en esta ciudad, tanta su calidez humana y sus buenas obras que no sólo no vamos a olvidarlos sino que, en la medida de lo posible, muchos trataremos de tomarlos de ejemplo. El cariño a los amigos, a la familia 0 a toda persona necesitada, ese que ellos tanto repartieron: Mira por dónde, Rafael y Julián nos dan la clave de cómo Vivir con mayúsculas. Mil gracias siempre.