Vivimos en un mundo de trincheras, o ese es al menos el escenario que nos dibujan los políticos, malagueños incluidos. Basta sacar a colación el bochornoso escándalo de los ERE falsos de la Junta para que el bando contrario eche en cara la bochornosa trama de Gürtel; basta afear un error al Ayuntamiento en el pleno para que la trinchera de enfrente recuerde los errores de la Junta.
La mayoría de los políticos vive para el contraataque y hay que contar con los dedos de la mano las veces en las que hacen autocrítica o razonan su postura sin meter el dedo en el ojo del enemigo.
Parapetados tras estos muros inamovibles, inmersos en un perpetuo clima prebélico, también en el terreno electoral miles de malagueños se atrincheran desde hace décadas en el cómodo regazo de sus certezas ideológicas.
Quizás el ejemplo más pintoresco, pero nada singular de esta postura, sea el que le dio al firmante un abogado malagueño, que dijo que desde que tenía uso de razón era del Málaga C. F. y de un determinado partido político. Unidos el club y el partido político por la pasión del forofo: el sueño de todo dirigente. No hay que extrañarse de que en los mítines haya tantos seguidores con banderitas, quizás las mueven con la misma convicción con la que apoyan a su equipo de fútbol de toda la vida.
Suerte que tiene este abogado porque para él, sábados como el de mañana, jornada de reflexión, constituyen un juego de niños: de él puede decirse que sabe a qué partido político va a votar desde la infancia.
La misma confortable certeza parece acompañar a los militantes de una formación. Adscritos a ese partido político, lo curioso es que ya pueden hacerlo bien o mal sus dirigentes que seguirán apoyándolos contra viento y marea. Como se ve, hay muchos puntos en común entre el forofismo futbolero y la militancia política. Sin embargo, la mayor diferencia quizás estriba en que el forofo de un equipo puede criticar en público a su zaga mientras que el militante si cuestiona a sus líderes puede acarrearle el exilio interior y a veces la expulsión del pueblo elegido.
En cualquier caso existe un asombroso número de votantes que siempre votará al mismo partido lo haga este como lo haga. Es como pedirles, si son del Barcelona, que piropeen a Mourinho. Nunca lo harán.
Pero también hay un porcentaje de votantes, entre los que se encuentra el firmante, que no vive de certezas, es más, es pura duda y recibe por ello las chanzas del respetable, que no entiende que alguien pueda votar por ejemplo, cada cuatro años, a un partido distinto al de la legislatura anterior.
Estos votantes volátiles, perpetuos indecisos, son los menos deseados por los partidos pues la infidelidad política está en sus genes, precisamente por su postura inconformista y crítica. Y sin embargo, perdonen la osadía, son unos votantes que merecen ser resaltados porque realizan un verdadero examen de conciencia para votar por la opción que consideran la mejor, dejando a un lado querencias que se apartan del análisis desapasionado.
Somos una minoría, pero no nos comportamos como hinchas impulsivos y eso ya es un punto a nuestro favor en el cada vez más infantilizado, plano y atrincherado mundo de la política local.
Señor Alfonso, sí, lamentablemente somos una minoría, pero, ¡Qué minoría!, ¿Decide?
Un saludo, y muchas gracias.