El pasado verano, aprovechando la tonelada de especiales sobre Isabel Pantoja y Jesulín de Ubrique que nos regaló la cadena amiga y otras indigestiones catódicas, un servidor aprovechó el tiempo escribiendo una suerte de enciclopedia humorística sobre una supuesta excolonia británica en África.
Viajando por esos parajes de invención propia, nunca hollados por ese granuja infame del doctor Livingstone, uno, por asociación de ideas, tuvo en mente la senda de mala muerte que sigue uniendo (es un decir) el final de la línea 2 de la EMT, en Ciudad Jardín, con el jardín botánico de La Concepción.
Quienes tengan como insana costumbre seguir esta sección, coincidirán conmigo en que un servidor es como la gota malaya o la famosa mosca del incordio, recordando a nuestras espléndidamente pagadas autoridades que deberían ganarse el sueldo con más esfuerzo. Pero cierto es que sólo en momentos aislados de la Edad Media la ciudad de Málaga ha gozado de un camino que simboliza tan bien las penurias y obstáculos de esta vida terrenal, que se nos escapa con la facilidad con la que el entrenador del Madrid se lamenta de su amargo sino.
Al fin y al cabo, los usuarios de esta penosa senda, muchos de ellos visitantes extranjeros de La Concepción, avanzan por este peligroso camino frecuentado por raudos coches con la precaución, la temeridad y el sentimiento de exclusión de los afectados por la peste negra.
El jardín botánico es consciente del problema desde hace años y no ceja en su empeño de que la senda pase del siglo XIII al XXI alguna década de estas. De hecho, no pierden la esperanza y parece que hay un proyecto de modernización del sendero, con sus planos y todo.
Es más, hace un par de semanas, a un lado de este camino terrizo, sin aceras, con un arroyo al lado y un tráfico intenso y veloz, han surgido unas cuantas farolas, que según fuentes municipales guardan relación con las necesidades del vecino psiquiátrico de San José. Farolas que, surgidas en mitad de un terrizo parecen el acto reivindicativo de un movimiento surrealista pero para quienes transitan por este camino olvidado por las administraciones es ya un paso esperanzador.
De cualquier forma, no deja de tener su toque de realismo mágico el que desde 1994, cuando la finca municipal ya puede ser visitada, los usuarios disfruten de este camino con comodidades del Medievo en el que cualquier día la Muerte, toquemos madera, puede invitarnos a jugar una partidita de ajedrez.
Que en los próximos cuatro años se agilicen los trámites, arrecien los albañiles y se acabe con este sendero de nación africana de coña. ¿Caerá esa breva?
Suciedad crónica
Por la asociación de vecinos Parque del Mar, del Jardín de la Abadía, nos llega la denuncia de la suciedad «crónica» de la parada de la EMT en la calle Ayala, delante del Unicaja.
El suelo donde se asienta la parada exhibe una mugre que los más exagerados calificarían de milenaria.