Ustedes disculpen que les hable de fútbol un Jueves Santo pero, al fin y al cabo, en el cielo asoman nubes y todos los medios de comunicación estarán hablando del Real Madrid-Barcelona de ayer, se haya o no jugado (esta crónica está redactada mucho antes del partido).
El caso es que en estos días celebramos los 70 años de la Rosaleda y uno, más que alegrías tangibles en forma de trofeos, lo que se lleva como muchos malagueños son recuerdos entrañables que para una afición huérfana de logros importantes no es moco de pavo.
Como no lo son los pequeños detalles que marcan esos primeros partidos de la infancia. Ahí estaba ese hincha tapado por un sombrero moda años 50 mucho más grande que su cabeza y que no levantaba un metro y medio del suelo.
Para más detalles parecía tener más años que Arturo Fernández y lucía un gigantesco habano en la boca que en cualquier momento podía derribar a los vecinos de grada cada vez que el hombrecillo movía la cabeza.
Lo de hombrecillo era sólo aparente porque cuando el árbitro decidía algo que no era de su agrado se levantaba como esos muñecos con muelle que saltan de la caja y soltaba por esa boca, con una voz estridente, todo un catálogo de insultos, algunos de los cuales ni siquiera había escuchado Camilo José Cela.
Otro había que necesitaba la ayuda de todo el palco para hacer equilibrio en la barra, jugándose el pescuezo, y todo para hacer un solemne corte de mangas, mientras que al lado de un servidor se sentaba un hombre en chandal que intentaba batir, durante todo el encuentro, el récord europeo de lanzamiento y acumulación de pipas, sin importarle mucho cómo iba el partido.
Cuando llegaba el pitido final, a sus pies se levantaba una réplica perfecta, hecha con cáscaras de pipas, del monte Kilimanjaro.
Ya me dirán, con tantas diversiones fuera del terreno de juego, si importaba mucho que el Málaga sólo ganara disgustos y partidos sueltos. Al fin y al cabo, al equipo de tu ciudad se le perdona todo.
Pero tras 70 años con el mismo panorama, uno se cansa de los señores que comen pipas de forma compulsiva y empieza a pedirle algo más al equipo de sus amores.
¿Llegará ese día? Después de ver ganar a España una Eurocopa y un Mundial de fútbol todo es posible, incluso que la afición del Málaga deje de estar a dos velas. Felicidades a la Rosaleda… y a ver si espabila.
Diagnóstico floral
En los jardines de Pedro Luis Alonso las rosas no florecen como es lógico de forma sincronizada. Aquí va una curiosidad botánica, las rosas de cursilísimo nombre comercial Gala Charles Aznavour están a pleno rendimiento, mientras que las rosas vecinas, las que llevan el nombre de la investigadora Marie Curie sólo se están desperezando.
No debe de extrañarnos de que en Málaga –y en España en general– florezca muchos antes la canción melódica que la Ciencia. Aquí tenemos, a pocos metros de la Casa Consistorial, una certera metáfora de la realidad española.