Ahora caemos en la cuenta de que, detrás de la limitada jerga política, con la expresión francesa poner en valor –mise en valeur– coronando la cima, en muchas ocasiones sólo nos encontramos el propósito de hacer caja de una manera compulsiva.
La puesta en valor del Centro Histórico –antes de esta cursilada se empleaba, por ejemplo, el verbo dignificar– se ha materializado en una saludable llegada de plazas y calles peatonales. El problema es que, para nuestros endeudados concejales, tanta vía pública dejada a la buena de Dios era un desperdicio de dinero. Una oportunidad perdida para reducir nuestra galáctica deuda municipal.
Con este planteamiento economicista, muy pronto nuestro equipo de gobierno descubrió que, como en las selvas tupidas por las que se movían los conquistadores españoles, el peatón malagueño podía muy bien apañarse con pasear en fila india.
Con este propósito, comenzó a autorizar la ocupación de vía pública hasta alcanzar, con enorme éxito, la sobreocupación.
De esta manera, el Centro de Málaga se ha llenado de calles y plazas literalmente al servicio de negocios privados, con una pequeña zona de tránsito para el resto de personal. Con el propósito de favorecer la depauperada economía local, lo que está fenomenal, el peatón en Málaga se ha ido convirtiendo en una presencia molesta en bastantes partes de Centro. De él se espera que ocupe una mesa o se quite de en medio rápido, pues interrumpe la fila india, a veces serpenteante, como si en lugar de en Málaga estuviera en el Caminito del Rey.
Se comprende el cabreo de los vecinos cuando la primera intención de nuestro Ayuntamiento fue exportar el modelo de plazas como las del Obispo o las Flores a la plaza de la Merced.
De nuevo asomaban por el horizonte mesas y terrazas hasta niveles insospechados. Los vecinos se plantaron con mucha razón y ahora también se plantan ante la perspectiva de perder una nueva plaza, esta vez en aras del arte.
La idea de despedirse de un nuevo espacio para el peatón, a medida que el Centro de Málaga se peatonaliza, es una contradicción muy malagueña que ejemplifica el desnortamiento secular de una ciudad que siempre quiere aspirar a más con maneras bastante torpes.
El plante de los vecinos del Centro, incluidas importantes empresas hoteleras ante la llegada del Mercado de las Artes a la plaza de la calle Camas no es un plante a la cultura. Es la constatación de una política de ocupación de vía pública que roza el abuso (recaudatorio) y para bien o para mal, se ha convertido en la gota que colma el vaso de los vecinos.
La plaza de Camas, que llevará el nombre de Enrique García-Herrera, merece ser un espacio abierto, sin mesas en doble ni triple fila ni, por supuesto, módulo alguno del mercado provisional de Atarazanas que debería buscar otro emplazamiento.
Si el Ayuntamiento hubiera repartido los permisos de ocupación de vía pública con más contención ahora no tendríamos este problema. Pasear en fila india por el Centro ha terminado cabreando al personal. Será que no tenemos espíritu de conquistadores.