Aunque nadie los haya vivido, algunos malagueños quizás añoren los tiempos en los que donde hoy se levanta la calle Mesón de Vélez, existía una placita con una amplia posada. Contaba con patio interior y con un trasiego de caballos y carruajes que, con toda seguridad, dañaba menos el piso que los rudos peatones y camiones de nuestros días.
Igual que Madrid –entendida como ente abstracto y representación del vil centralismo– es objeto de las pullas de los recelosos nacionalistas, la calle Larios, en el imaginario colectivo malagueño, representa la calle por excelencia.
Esto implica además que, según esta teoría, se trata de la calle mejor tratada por el Consistorio, de ahí que la frase «el Ayuntamiento sólo se acuerda de la calle Larios» sea ya una frase mítica empleada desde hace décadas cada vez que un barrio en cuestión desmerece hasta extremos insospechados.
Pero no es oro todo lo que reluce. Si bien la calle Larios está impecable –a pesar de acabar en una plaza tomada por la falla gigante de la Agrupación de Cofradías– a pocos metros no hay quien dé un paso sin riesgo de dejarse por el camino unas piezas dentales de recuerdo.
La deprimente situación de la calle Mesón de Vélez y siguientes (las calles Doctor Felipe Sánchez de la Cuesta y Alarcón y Antonio Baena Gómez), hasta desembocar en la calle Martínez, acaba con el mito de que la calle Larios y alrededores están como los chorros del oro, además de constatar lo confiado que se encuentra nuestro alcalde y candidato Francisco de la Torre, pues con estimaciones electorales más bajas lo lógico hubiese sido que la calle estuviera impecable hace años.
Si un peatón con mucho tiempo libre cuenta las baldosas rotas, desaparecidas o trituradas en estas tres calles que apenas suman cien metros, podrá contabilizar más de medio centenar. En algunas de ellas, agua ennegrecida se almacena no sabemos para qué propósito, salvo para manchar la ropa de viandantes inocentes.
La rotura o desaparición de unas cincuenta baldosas no es un huevo que se echa a freir, ninguna tribu de cazurros se ha dedicado a dejarlas hechas puré en una noche de juerga. Se trata de un proceso lento, de años, que el Ayuntamiento no ha tenido ni tiempo ni ganas de enmendar.
Con la llegada de la Semana Santa y la bulla que se formará en los alrededores de la calle Larios, imagínense ustedes la catarata de tropiezos, lesiones, contusiones y torceduras que puede materializarse en estas tres calles olvidadas, a pesar de su innegable vecindad con la calle de calles.
Sólo un candidato seguro de su victoria puede permitirse el lujo de provocar bajas entre su electorado potencial en unas fechas tan próximas a la gran cita.
Las cosas pintan bien para él y nos alegramos. Para los peatones es otra cosa: el panorama se aproxima a las pinturas negras de Goya.
La palabra prohibida
Se erizan los pelos (para quienes los conservan) de algunos sorprendidos amantes de la Semana Santa cuando constatan con pavor que, durante largos años, en Málaga a los tronos también se les llamaba con la palabra prohibida, pasos. Ya no se puede uno fiar ni de su propia historia.