La llegada del parking de Bailén vino de la mano de una plaza en el tejado de esta instalación, a la que se accede por una rampa que nace en la calle Pacheco Maldonado. Los vecinos pronto se quejaron de lo inhóspito del emplazamiento, que había logrado convertirse en un reducto pandillero.
Con el paso del tiempo, el Ayuntamiento ha domesticado bastante este entorno en el que conviven acertadas instalaciones pero también expresiones artísticas de las tribus antropoides de nuestro remoto pasado africano.
La contundencia de lo que se muestra en estas paredes supera en vigor artístico muchas escenas de caza encontradas en las cuevas francesas y hasta la escritora Jean M. Auel, autora de la saga de El clan del oso cavernario, se está planteando darse una vuelta por este rincón de la Trinidad para inspirarse, pensando en futuros libros.
Y es que, como hemos dicho, aquí conviven dos espacios. El primero de ellos, el institucional, está formado por un estupendo gimnasio de mayores y un parque infantil muy digno.
El segundo, el vandálico-neandertaliense, es de una riqueza gráfica y expresiva que parece condensar todo lo que un árbitro escucha en un estadio de fútbol. El objetivo de muchas pintadas no es el míster sino una tal Celia que entre otros descalificativos recibe el de «donante de Permas», escrito de semejante guisa.
En el otro extremo se sitúa una tal Vanessa, conocida en su círculo de amistades como la Vane. Esta presunta jovenzuela no sólo es la receptora de los grafitis de su enamorado sino que también demuestra su posición de predominancia en la tribu con pintadas como «la Vane manda».
No se vayan a creer que todas las pintadas de la terracita trinitaria giran en torno a West Side Story. También hay signos de inteligencia y razonamiento político en alguno de los grafiteros. Es el caso de pintadas como «Huelga general» o «Zapatero dimición» (sic), reflejo de una visión crítica de la vida y por tanto, de una interesante actividad neuronal.
También pueden verse pintadas escritas en japonés pero la mejor de todas es la que preside la caseta de la terraza: «Gilipollas la pintura no nos frena».
Al parecer, entre algunos homínidos grafiteros indigna bastante la molesta manía de gastar dinero público en pintura blanca para borrar sus deposiciones ejecutadas con spray.
Si la indignación contenida en la palabra «gilipollas» la aplicara esta tribu antropoide en mejorar un poco el mundo que les rodea, al planeta le aguardarían días llenos de esperanza.
Todavía están a tiempo para descender, metafóricamente, de los árboles y si es posible, de esta terraza pública. Ánimo, Vane y compañía.
Sostenibles
En la calle Benagalbón un precioso parque luce lo que en Málaga sigue siendo una osadía: nada menos que tres pérgolas con parras encima. Como ustedes saben, la moda más extendida es que las pérgolas en nuestra ciudad sólo sostengan aire.
Contravenir la moda y aplicar una lógica de siglos también apetecerá de higos a parras.
El problema es que para subir al gimnasio de mayores, se encuentra una cuesta bien empinada y no apetece nada, se queda una asfixiada por el camino, y no hay mucha compañía que digamos al llegar arriba.
Hay tan poca compañía, que últimamente la ocupan unos adolescentes para practicar con su tambor, el vecindario preferiría no ser deleitado con estos sonidos.
El entorno invita a ser pintado, es un lugar perfecto, tranquilo, no pasa nadie que moleste, amplios muros disponibles. Quizás de tanto volver a pintar en las paredes recién blanqueadas, terminen por pintar en condiciones y se reciclen como empresas de murales artísticos.