No vayan a pensar ustedes que el firmante tuvo algún tipo de relación con el robo, el pasado mes de septiembre, de 16 toneladas de la horrenda tribuna de Semana Santa.
Si algo ha aprendido el autor de estas líneas es a sentir un rechazo sincero a cualquier tipo de protagonismo, incluido el delictivo. Sólo los grandes personajes y los grandes majarones merecen el dudoso regalo del estrellato y aquí el menda no se siente incluido en ninguno de los dos grupos (por supuesto no está en el primero y de momento, uno considera que todavía no se encuentra de lleno en el segundo, aunque haga méritos).
En todo caso, para qué les voy a mentir, en el momento del hurto uno pensó en que esta chapucera y lamentable desaparición, además de inspirarse en una comedia de Berlanga, abriría los ojos a la Agrupación de Cofradías y, después de años de entorpecer y afear durante más de un mes la plaza de la Constitución con todo el descrédito turístico que esto conlleva, optaría por un modelo menos fallero y ostentóreo.
No ha sido así, el ser humano no es el único que tropieza dos veces en la misma piedra. También corporaciones formadas por personas de distintas sensibilidades como nuestra veterana Agrupación puede reincidir en una estética que parece inspirada en los más señeros estadios lituanos de fútbol.
Sus dineros se han gastado en repetir lo que en términos pseudolingüísticos de la más pura raíz malagueña podría definirse como un «merdelloncidio», que no es quitar de en medio a un merde sino que «dícese de la aprobación a sabiendas de una decisión más hortera que un borrico con las muelas de oro».
Inasequible al desaliento, ni siquiera la inauguración del Museo Carmen Thyssen a pocos metros de la plaza de la Constitución ha frenado la megalomanía de este despropósito que, salvo en un par de momentos punteros de nuestra Semana Santa, no hay quien le ponga el cartel de completo.
Ahora que suelen llegar amigos de fuera, uno intenta prepararles mentalmente para la desaforada tribuna que se adueña de la plaza como un elefante en una cacharrería.
Pero un servidor no desfallece. Algún día la tribuna desaparecerá por sus inapropiadas dimensiones y su estética chunga, de tinglao setentero pasado de rosca.
Pasará también el tiempo y los cofrades del futuro serán conscientes de este merdelloncidio, abrirán los ojos y comprenderán que también ellos deben ofrecer a la ciudad algo acorde con el recuperado Centro Histórico.
Pero no merecería esta tribuna desproporcionada acabar sus días en manos de mangantes. Por sus absurdas dimensiones en comparación con la plaza y por sus aires de tres al cuarto bien podría presidir una glorieta de nuestra castigada Costa del Sol con el siguiente título: «A la Burbuja Inmobiliaria». Todo se puede reciclar en esta vida. Ánimo.
La bienvenida
En la Carrera de Capuchinos, ha florecido un solar con el murete a medio derribar. En su interior, un cerro reverdecido da la bienvenida a los coches y a las personas que, si nadie les ve, echan allí la basura.
No esperaba menos de la tribuna Godzilla, estaba seguro de que volvería a comparecer en su cita anual, inasequible al desaliento.
Y también estaba seguro de que Alfonso volvería a poner de relieve su cutrez y merdellonismo rabioso.
En fin, un año más, una oportunidad menos.
El ciclo vital de los griegos, en Málaga, esa ciudad donde nunca passssssa nada, como diría Antonio Burgos.
Aguna vez alguien recordará que todo lo que se edifica, aunque sea provisional, se puede edificar bien, y que levantar una estructura en la plaza es una ocasión para la arquitectura tan buena como cualquier otra; quizá incluso mejor, porque la arquitectura efímera tiene algo de bala de fogueo, los riesgos son muy controlados.
De momento, gana la banca.