Si algo pirra a todos los responsables políticos culturales de la Ciudad del Paraíso es la posibilidad de llenar Málaga de rutas de todo tipo.
Basta mirar la mayoría de los planos turísticos de Málaga para ver que nos ofrecen la ruta picassiana, la ruta barroca, la ruta de las tapas, la ruta de los jardines históricos y si por ellos fuera, la ruta de los bandoleros turcos.
La capacidad innata para encauzar a los turistas y conducirlos por senderos preestablecidos no está tan mal, y ya hay propuestas sensatas para recuperar el Museo del Císter y meterlo en una oferta junto con la Catedral y el Museo de las Cofradías.
Sin embargo, turistas hay que prefieren andar, como aquí se dice, a su puñetera bola y descubrir Málaga sin ninguna medida de precaución.
Este último colectivo, el que vuela por libre, es el que mayor riesgo ofrece para el desarrollo económico y la buena imagen de la ciudad. Sueltos como liebres, tienen la oprobiosa manía de no seguir las rutas marcadas con cariño por generaciones de historiadores, políticos y gestores culturales y optan por colarse en zonas de Málaga que sólo aparecen en los periódicos en las secciones de sucesos y cartas (encendidas) al director.
Esta semana, un servidor fue testigo de una de esas incursiones inconscientes. Subía un grupetto (usemos la jerga ciclista) por la calle Cañón, cuando tres de los cinco componentes del equipo, en lugar de seguir agrupados hacia la civilizada calle Cister, intentaron una escapada y se desmarcaron por la derecha, perdiéndose por la calle Juan de Málaga.
Desde tiempos inmemoriales y a pesar de algunos intentos municipales de mejora, las zonas contiguas a la Cortina del Muelle adolecen de las mínimas medidas de ornato y ausencia de moscas. Cuando los escapados desandaron el camino y se convirtieron en rezagados, tenían las facciones aún más blancas. Si se pudiera medir el desencanto ante el horror que presenciaron y todo lo que sus narices captaron, batirían records mundiales.
Cuando un servidor ve a un turista perderse por la calle Juan de Málaga o Tomás de Cózar y sus alrededores, le dan ganas de rescatarlo, cogerle de la manita y conducirle a un entorno menos descorazonador.
Por eso, si no es posible encauzar a estas ovejas turísticas perdidas, el Ayuntamiento debería colaborar colocando barreras que impidieran el acceso a algunas zonas de la ciudad, al menos los días de llegada masiva de cruceristas.
Piensen en la impresión tan positiva que se llevarían de Málaga los grupos de turistas si sólo pasearan por donde deben pasear, cortándoles el paso a los lugares más destrozados. Escapadas y tonterías, las mínimas.
El problema es que viviríamos en una ciudad con más fronteras que Rusia, pero ¿y nuestra buena y falsa imagen?
Costumbres locales
Un sevillano residente en Málaga comenta en medio de un atasco: «Aquí cualquier pone tres conos», en referencia a la incesante práctica de cortar un carril para podar las medianas.
uf, las medianas estarán muy monas con sus plantitas pero cada vez que pilla uno atasco por labores de jardinería no puedo evitar desear que las alicaten enteras y se acabó el problema