Cuando comenzó la peatonalización del Centro Histórico, se escucharon voces muy críticas que unían la supervivencia de los negocios al paso de los coches, en ocasiones por calles en las que la única manera de parar era depositando el auto sobre la acera, obligando a los peatones a jugarse el tipo.
La peatonalización ha demostrado que estas críticas no tenían mucho fundamento y nos ha librado de la imagen cochambrosa que siempre destilaba el tráfico por los callejones del Centro.
Tanto ha hecho la peatonalización por el rescate del Centro Histórico, que muchos notamos que algo falla cuando pisamos la calle Álamos o al comprobar el actual descontrol de la calle Molina Lario, con coches y furgonetas entrando y saliendo sin multa al canto.
Uno de los lugares donde se ha notado más el cambio ha sido en la calle Alcazabilla. Esta calle, que durante gran parte del siglo XIX persiguió su unión con la calle de la Victoria, fue un río insalvable de coches hasta hace unos años, cuando consiguió la peatonalización.
Los malagueños que estos días paseen por ella, a pesar de que todavía quedan restos de obras, se llevarán una grata sorpresa. Hasta que el Ayuntamiento lo atiborre de terrazas de pago, como suele hacer con casi todos los espacios ganados para el peatón, se ha recuperado, mira por dónde, un gran espacio central delante del Teatro Romano, para poder admirarlo en condiciones y que evoca el antiquísimo foro de la ciudad, que bien pudo encontrarse en las inmediaciones.
Además, delante de los jardines de Ben Gabirol se han instalado unos bancos incrustados a un murete que ofrecen unas vistas impagables de la Alcazaba y el Teatro Romano, justo donde antes uno sólo podía ver pasar los opel corsas. La mejora de la calidad de vida es notoria.
Pero sin duda el cambio más increíble para este fastuoso entorno ha sido el exilio de unas planchas podridas de conglomerado, curvadas por la acción del paso del tiempo, y que habían provocado numerosas caídas de malagueños y turistas indefensos.
Si hubiera existido justicia en este mundo, los imperturbables responsables de esta magna obra deberían haber sido condenados a pasar un día completo cruzando la pasarelita, para caer en la cuenta de su falta de reflejos y ausencia de empatía con el peatón mayor de 65 años. Ni cayó esa breva ni por lo que parece, cayeron ellos.
La buena noticia es que está naciendo un magnífico espacio peatonal en Málaga con vistas milenarias. La mala, para los vecinos de esta calle, es que si el Ayuntamiento no obliga a que se cumplan las ordenanzas de ocupación de vía pública, la multiplicación de las mesas de los bares –que sin duda seguirán aumentando en esta calle tan apetecible– les obligará a echar de menos el estruendo de las obras. Suerte.
Dimensiones
Si se expusieran en paneles todos los estudios, declaraciones y propuestas en firme sobre el Guadalmedina de los últimos dos siglos, haría falta el recinto ferial para albergar la muestra.