El barrio de El Cónsul debe su nombre al cónsul inglés Nicolás de Olbar, que fue el propietario de estas tierras a finales del siglo XVIII, situadas entonces a medio mundo de la ciudad de Málaga. La avalancha de población que llegó a la capital en los años 60 del pasado siglo justificó la transformación de los campos del Oeste de Málaga en un enjambre de edificios sin apenas zonas verdes.
Por suerte, el azote especulador no llegó a estos lares, que se desarrollaron de una forma más acorde con la Europa civilizada, empezando por una cota de jardines que ya la quisieran otros rincones de la capital.
Sin embargo, en el limbo administrativo quedó un precioso cerro sobre el que se levantó el desaparecido cortijo de El Cónsul. Pasaron los años y los jardines de la finca se convirtieron en un vertedero lleno de plantas presidido por un ficus con el tronco acuchillado con los nombres de pandillas enteras.
Muy cerca, casi oculto por botellas y colchones, se alzaba un cenador con jazmines, ejemplo de persistencia vegetal pues siguió floreciendo a pesar del olvido y el vandalismo. Precisamente, en la foto más conocida del cortijo, de 1965, pueden verse el árbol y la pérgola con el edificio al fondo.
La situación ha cambiado a mejor en el último año. Las obras del plan Zapatero han recuperado algo este cerro perdido y le han dado el aspecto de un parque, aunque todavía le queden bastantes mejoras.
Para empezar, el depósito de agua que coronaba la loma se ha colocado al pie de la colina, disimulado muy bien porque encima le han puesto un parquecito infantil y un gimnasio para mayores. Por un camino de tierra y chinos escoltado por vallas llegamos a lo alto, con vistas espléndidas a una Málaga en expansión, con las blancuras de Soliva al fondo.
Arriba nos espera un apaño justito, con el majestuoso ficus presidiendo un terrizo bordeado en los extremos por la vegetación que cubre el cerro y en el que llama la atención el amontonamiento de las palmeras, algo que denota que no se ha tocado mucho la parte salvaje.
También ha quedado en medio el cenador, que sigue abrazado a los jazmines antivandálicos. La impresión es que se puede hacer más por mejorar la belleza de este parque, que en su parte alta ha quedado demasiado desnudo pero ya es algo que este bonito barrio haya dejado de lucir una zona dejada de la mano de las administraciones. Y precisamente, el único vestigio de lo que le dio el nombre al barrio: el cortijo de El Cónsul.
En todo caso habrá que decir como en las notas escolares: puede mejorar.
El colchón
Muy cerca de esta zona, en la calle Demóstenes, se encuentra la sede de Amappace, cuyo estupendo jardín, que puede admirarse desde la calle, se ha transformado casi en una estampa más propia del norte de España, con un impresionante tapiz de tréboles, tachonado de vinagretas, que convierten en un colchón verde (y amarillo) todo el suelo. De foto.