Enero con 20 grados de temperatura, aunque eso suponga la cocción instantánea de los alimentos en los autobuses más repletos de la EMT, no deja de tener su encanto en Málaga. Los más sensibles a estas temperaturas son los turistas extranjeros, sobre todo los del norte de Europa, acostumbrados a encararse, hasta la llegada de la primavera, con un horizonte vital de un metro de nieve.
Pasaron los tiempos en los que España era vista como una extensión europea del misterioso Oriente, pero en el subconsciente colectivo de las naciones del norte de Europa, España y todo el sur del continente siguen siendo la tierra «donde florece el limonero», como recordaba, en un ataque de Botánica, el inmortal Goethe.
Algo de eso puede apreciarse a diario en la plaza del Obispo. Muchos de los turistas tienen en la cabeza un generoso mejunje según el cual la Toscana, la Riviera y Málaga conforman un espacio común mayormente idílico y soleado. Y lo cierto es que, si permanecen poco tiempo en nuestra ciudad, pueden llevarse de recuerdo esta impresión, a no ser que surjan imponderables.
Ayer mismo, a la hora de comer, la plaza del Obispo era un escenario de película en el que parecía que iba a resurgir la pareja de Vacaciones en Roma.
Las mesas de la plaza estaban tomadas por turistas repantingados, mientras otra remesa estaba sentado en las escaleras de la Catedral, puestos al sol como las pasas. En una esquina del Palacio del Obispo, una de estas turistas se acercó a bailar delante de un músico, que hacía lo que podía con la canción Una paloma blanca.
Daba la impresión de estar asistiendo al rodaje de algún anuncio, y que de los balcones de la plaza iba a caer, de un momento a otro, una lluvia de pétalos (a cámara lenta). Pero entonces irrumpió la realidad. Al principio fue como un lejano murmullo al final de la calle Molina Lario, que fue transformándose en petardeo de moscardón.
Muy pronto, se adivinó el avance de alguna moto cascada, de las que no cumple la normativa por tener el tubo de escape más estropeado que Berlusconi por las mañanas.
A bordo del portento iba una pareja de adolescentes de mirada torva. Uno de ellos, el que iba de paquete, al llegar a la plaza idílica agachó un poco la cabeza y haciendo competencia al motor, carraspeó y soltó un gargajo del tamaño de un lago del Canadá (disculpen la crudeza).
Ocurre en todas partes, también en Málaga. De la ciudad soñada a la ciudad real hay un distancia considerable (en concreto un majao) y casi siempre quienes nos chafan el invento son sus habitantes.
Jardines
El jardín botánico de la Universidad se encuentra estos días en obras y probablemente pueda ya volver a visitarse la próxima semana. A sólo unos pasos, los estudiantes, futuros botánicos o no, tienen y casi enfrente el arboretum (el jardín botánico de árboles y especies leñosas). Para olvidarse (lo justo) de los exámenes de estos días.
Hablando de los hardines botánicos de Málaga, ¡no pensáis que deberçía haber más jardines boptánicos como los que se recogen en la Universidfad? Yo creo que en Málaga faltan algunos