La imagen más antigua de un juguete que uno tiene es un testimonio indirecto, una foto de 1920. En una sábana extendida sobre un suelo de viejas baldosas hidráulicas de calle Calderería aparece desplegado un batallón de soldaditos de plomo muy baqueteado, con trazos de haber servido a la regente María Cristina.
La foto está tomada con impericia, de tal forma que los soldados, en lugar de marchar por una llanura blanca, parecen despeñarse por la acción de un alud.
Quizás fue el niño, mi abuelo materno, el que en un momento de descuido de su padre quiso fotografiar al ejército con claro desconocimiento de las leyes de la horizontalidad (o a lo mejor, buscó un contrapicado en los albores del cine).
Cualquiera sabe dónde estarán esos soldados que hoy serían piezas de un museo, en impasible formación detrás de alguna vitrina después de tantas campañas movidas por los suelos de un piso del Centro.
La única abuela que me queda, y que supera los 90 con templanza, todavía conserva buena parte de su colección de libros infantiles de los años 20, algunos de ellos de la editorial Espasa (antes de unirse a Calpe) y otros del famoso Saturnino Calleja. Con el lomo de telas de colores, ofrecían a los niños de entonces las fábulas de Esopo y Samaniego o viajes por la desconocida Indochina.Un pequeño compendio de saber, como los álbumes de Nestlé de los años 50, cuyos cromos eran clases concentradas de los misterios del mundo submarino, los aviones a reacción o la química y que hoy causarían el estupor de una generación acostumbrada a localizar casi todos los saberes en internet y no cambiando estampitas.
En mañanas como esta del 6 de enero, uno, como tantos niños, caminaba entre bostezos y con la bata colocada de tal forma que tropezaba con ella porque al fondo de un oscuro pasillo aguardaban los juegos reunidos Geyper, los vaqueros de Comansi o el autocross de Congost, impecablemente empaquetados en comercios de Málaga, que era donde los Reyes Magos se nutrían (el apoyo regio al comercio local siempre estuvo fuera de toda duda).
A lo mejor a usted le pasa como a un servidor, que tiene muy presente el hecho de haber sido un niño (en mi caso incluso con pelo) y que pasar a la etapa adulta no conlleva dar un portazo a la infancia sino revivirla en muchas ocasiones, como en el Día de Reyes, cuando a uno le asaltan con agrado los juguetes y regalos de la niñez, pero también momentos no vividos como ese abuelo tirado en el suelo y jugando a los soldaditos hace 90 años, esa abuela con un libro de fábulas de animales o el futuro padre que descubría el mundo con los cromos de Nestlé.
Se es niño una vez pero se pueden revivir esas sensaciones las veces que hagan falta. Feliz Día de Reyes y que ustedes lo disfruten (no importa la edad).
Uno más
El árbol de Navidad del parque de Huelin parece haberse adaptado al paisaje y se ha convertido en uno más de esta zona verde.
Parece que el nuevo año o los Reyes, le han traído aún más ingenio. Buena noticia para quienes lo leemos.