En las profundidades burocráticas de la Junta de Andalucía, esa gigantesca administración que igual que el Universo no deja de expandirse y ahora se traga concejales, alguien tuvo la genial idea de extender el magma de lo políticamente correcto a las estaciones de metro.
No esperen del nombre de las estaciones de Málaga que todas orienten de forma efectiva al viajero que surca el mundo subterráneo, gran parte de sus nombres obedece simple y llanamente a una norma que llevada al extremo resulta absurda y poco eficaz, aunque como veremos, ni siquiera en Málaga se ha aplicado en todos los casos.
En principio las estaciones no pueden lucir nombres o apellidos de personas, ya sean el Héroe de Sostoa, el Papa Juan XXIII o el sumsum corda. La idea es blindar así las estaciones de futuros cambios de calles y zonas de Málaga. Esta norma, que no se aplica ni en Madrid, ni en Bilbao (allí permanece la estación de San Mamés), ni en Valencia, ni en Barcelona, la tendrán que padecer los usuarios del Metro de Málaga hasta extremos ilógicos, algo que dará problemas a las personas que nos visiten.
El celo de la Junta de Andalucía ha llegado a tales extremos de irracionalidad, que ni siquiera la estación de tren María Zambrano ha pasado el corte para incluirla en el subusuelo, y permanecerá agazapada bajo el nombre de El Perchel, cuando los metros de las principales estaciones de Europa incluyen sus estaciones de ferrocarril sin ningún tipo de reparo programático.
Si ni siquiera la filósofa de Vélez merece pasar a la posteridad del suburbano, qué menos que dejar la estación de ferrocarril, a secas. Miles de viajeros lo habrían agradecido. Para un ciudad turística como Málaga, esta omisión es imperdonable.
Sin embargo, aunque esta memez administrativa puede que cause innumerables despistes al personal, la Junta al menos ha incluido el nombre de la Ciudad de la Justicia, sabia decisión, pero no olvidemos tampoco que se trata de un producto de la casa (un producto muy mal planificado y con escasez de luz natural, aseguran algunos de los que allí trabajan).
En este afán por no incluir nombres o apellidos de personas, ni siquiera han tenido en cuenta el nombre del barrio de Huelin, que ya era una realidad en la década de 1870. Eduardo Huelin Reissig, el creador de este barrio obrero que en nuestros días abarca una amplia zona de Málaga, quedará oculto por la estacion Princesa (la hermana mayor de Alfonso XII, por cierto).
Pero como la administración pública y la sabiduría no siempre van unidas, a la Junta se le ha colado un apellido en esta relación de estaciones: A finales del siglo XVIII, el propietario de una conocida extensión de tierras de Málaga se llamaba Jerónimo García Carranque.
El apellido materno de don Jerónimo dio nombre a la finca y al barrio actual de Carranque. Ya me dirán qué extraño razonamiento de nuestra administración autonómica autoriza el apellido Carranque en una estación pero no permite los de Huelin o Zambrano, en este último caso además, nada menos que la estación del AVE de Málaga.