Notable éxito del reciclaje casero en la Victoria

26 Nov

Internet ha popularizado el book crossing, palabreja que describe el arte de dejar los libros en la calle, a la buena de Dios, para que un lector desconocido se tope con el volumen y lo haga suyo.

Un amigo del firmante, tendente a coleccionar autores minoritarios con querencia a tirarse de cabeza al Sena, probó dejar en bancos del Parque alguna de estas obras selectas, que sin embargo no merecieron el interés de los lectores que en ese momento pasaban por ahí. Los libros envejecían en los bancos del Parque, suceso histórico en esta ciudad en la que cualquier objeto abandonado o perdido es susceptible de ser sustraido en cuestión de nanosegundos (salvo honradas excepciones).

Y si los escritores malditos no tuvieron mucho predicamento al menos ese día, sí que está funcionando el depósito callejero de otro tipo de artefactos. Es lo que está haciendo un vecino de la calle de la Victoria. Susceptible durante cierto tiempo de tener el pre-síndrome de Diógenes o acumulación compulsiva de objetos con vistas a que puedan servir en el futuro, al contraer matrimonio se ha visto enfrentado con la realidad: es necesario compartir espacio y tirar el lastre sobrante.

Sin embargo, nuestro protagonista no optó por la solución más fácil: el contenedor de basura. Ha preferido confiar en la sana capacidad de reciclaje de la sociedad malagueña. Así que, no es de extrañar que este vecino depositara en un primer momento un cerro de libros en la calle y estos desaparecieran sin problemas (no habría en el lote escritores malditos).

Tanto le gustó el experimento social, que ha continuado vaciando la casa y ha depositado restos de una vajilla y cubertería a los pies del contenedor, para luego continuar con una buena montaña de ropa.

Según constató, estos objetos diversos desaparecieron de la vista en cuestión de un cuarto de hora y de hecho, cuenta que un chandal de marca francesa, que usaba en tiempos de maricastaña (cuando Fernando VII usaba paletó deportivo), lo ha seguido viendo por el Centro Histórico embutido en el cuerpo de un vecino de la zona.

Ahora que los crujidos económicos inquietan al mundo, esta iniciativa tiene muchos más seguidores, que convierten la necesidad en la virtud del reciclaje. Que cunda el ejemplo.

Capacidad craneal

Esta semana ha aparecido el monumento a Salvador Rueda, en el extremo del Parque de la plaza de la Marina, cubierto por las pintadas de algún íncubo o súcubo con la suficiente capacidad craneal como para trepar y manchurrear la obra, realizada en 1931 por Francisco Palma García, con el añadido del águila por Adrián Risueño cuando se cumplieron cien años del nacimiento del artista.

El ser que perpetró la fechoría ha pintado de negro los ojos del Poeta de la Raza y le ha añadido un bigotito hitleriano, lo que evidencia que el primate infractor tiene unas mínimas nociones de Historia o en último caso, de videojuegos. Poco le cundió.

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