Hace unas semanas estaba el firmante jugando a lanzarse a las manos un clic de famóbil con la hija de un amigo. Realmente, si ustedes no lo han probado es un juego elemental pero muy entretenido, mas se necesita cierta habilidad y cuando uno tiene la misma pericia que el inspector Clouseau, falla más que una escopeta de feria.
Así que no es de extrañar que la niña de cuatro años, viendo el percal, soltara: «Eres un perdedor, perdedor».
En Estados Unidos el adjetivo descalificativo «perdedor» (loser) es tanto como mentarte a tu madre. En esa sociedad tan individualista, no triunfar en la vida (lo que se limita a ganar mucho dinero y comprarte un coche de varios metros de eslora) es el mayor oprobio que puede recibir el ser humano.
La influencia de los canales infantiles de televisión está extendiendo el adjetivo «perdedor» entre los niños malagueños, cuando hace pocos años los nenes se contentaban con un simple «tonto» o en el peor de los casos, con «capullo».
Ahora los niños tienen una cita más para la americanización, ese proceso por el que, según Woody Allen, los europeos siempre solemos copiar lo peor de su país.
Estamos en el fin de semana de Halloween. Ustedes perdonen la falta de sensibilidad con esa fiesta de brujas, sangre y vísceras, pero a un servidor le repatea, aunque admite los indudables beneficios para el sector de las tiendas de disfraces. Y es que, en este mundo de la supuesta multiculturalidad, en los últimos años sólo parecemos admitir importaciones culturales de los Estados Unidos, ya sean los pantalones cagaos de algunos adolescentes, la moda de liarse a tiros en los colegios o las despedidas de soltero.
Faltaba Halloween, una fiesta cuyo entronque cultural con España es el mismo que el que podemos tener con los banquetes antropófagos, pero la televisión es hoy el verdadero entronque.
Este fin de semana veremos pandillas horrendas de niños con sangre en la cara pidiendo algo que ni ellos mismos saben lo que significa (truco o trato).
El temor de este cronista es que sigamos importando subproductos memos y cualquier día desembarque en España el Tea Party. Ya saben, esa horda iletrada de la América Profunda que entre otras lindezas aboga por el uso indiscriminado de las armas, el arrinconamiento de los homosexuales y el reforzamiento del papel de la mujer como esposa y cocinera. Ni los homo antecessor estaban tan retrasados culturalmente.
Feliz día de Halloween para quien corresponda. Sintiéndolo mucho, no pienso abrir la puerta a ningún zombie de pega.
La fuerza telúrica
Pasan los años y las personas que tienen el valor de adentrarse por la calle Esperanza muy pronto la pierden.
Alguna poderosa fuerza telúrica impide a la maraña de administraciones y cargos de confianza mejorar la situación de este terrizo, sobrevolado por cables huérfanos y escoltado por coches y viviendas a punto de despedirse del mundo.
Ya sabemos que los americanos son los reyes del marketing, que le dan un barniz superficial a las costumbres y las cosas, le lavan la cara y las presentan como si fueran originales. Sinceramente, nos venden Halloween como algo nuevo, pero a mí me parece una forma algo más lúdica y amable de nuestra “Santa Compaña”. No se que pasará cuando te alcanzan los zombies, si te conviertes en uno de ellos o acaban contigo, pero esa idea me resulta más atractiva que la de vagar eternamente, en soledad, alumbrando a una legión de almas en pena. El que cae en esa situación es un incauto o es buena gente, en ambos casos, es una crueldad, o sadismo, que solo se pueda librar de esa condena engañando a otro para que se ocupe de la tarea. Lo que tenemos que hacer es vender mejor lo nuestro.