Desde que Málaga «aparece» en la Historia a finales del siglo XVIII, el loable afán de nuestros antepasados ha sido ponerla cuanto antes a la altura de las mejores ciudades europeas y paliar tantos siglos en un segundo y tercer plano.
Sin embargo, a partir de los años 60 del siglo pasado se produce un cambio de rumbo o «disloque», motivado por la avalancha de malagueños que acude a vivir a la capital en busca de nuevas oportunidades.
A partir de ahí, el prisma europeo se pierde y el urbanismo adopta un patrón de desarrollo enloquecido, propio de las ciudades de Oriente Medio, aunque con guiños caricaturescos a Estados Unidos (véase la grotesca acumulación de «torres modernas» en La Malagueta).
Los años 70 trajeron además un look de Las Vegas, por el que las ciudades más modernas se medían por el número de marquesinas rotundas y luces de neón que exhibían las calles.
Veinte años más tarde, la moda de los escaparates incrustados en edificios de gran valor arquitectónico ha dejado paso a un panorama más civilizado.
Sin embargo, el síndrome de Las Vegas ha continuado en lo que a la ostentación lumínica se refiere. Esta enfermedad de la exhibición pública, tan acorde con la propia historia de Málaga, afectó de la misma manera a todo tipo de organismos, ya fueran el Ayuntamiento, una cofradía, un colegio profesional o una caja de ahorros. De hecho, en los últimos diez años, Málaga ha vivido una auténtica fiebre por iluminar toda construcción que pudiera soportar sus buenos focos.
La Catedral, la Alcazaba, las iglesias, las sedes sociales, los organismos oficiales, los hoteles y grandes almacenes. Ningún edificio se consideró indigno de ser iluminado por la noche, contribuyendo así a la contaminación lumínica y a un derroche absurdo de energía, motivado en muchos casos por la falta de sensatez y el afán por las glorias mundanas.
La Opinión informó ayer de la aprobación por la Junta de Andalucía de una normativa contra la contaminación lumínica. Quién sabe si no es el primer paso para que todos estos organismos e instituciones que se lanzaron a una carrera alocada por iluminar todo lo que «no» se moviese, ahora se lo pensarán dos veces.
Ya no basta con el numerito de sumarse a un apagón mundial durante un cuarto de hora. A lo mejor empieza a calar la «responsabilidad corporativa» y por respeto al Medio Ambiente no sólo baja la intensidad de las bombillas sino que, directamente, los responsables de tanto foco le dan al interruptor y apagan sus egos, en beneficio del cielo de Málaga. Habrá que esperar.
Cuenta atrás
La semana pasada, en plena Feria, un grupo de 20 personas se disponía a cruzar por el semáforo del Paseo del Parque, a la altura del Málaga Palacio pero antes hicieron buen uso del contador de semáforo, entonando al unísono eso de 10, 9, 8, 7…y lo que sigue. Fue toda una exhibición de felicidad colectiva.