Atracado ayer en el Puerto, la inmensa popa del crucero parecía la sublimación del PGOU, uno de cuyos puntos fuertes, como todo el mundo sabe, es aumentar la superpoblación de la Carretera de Cádiz.
Que una cosa así, con tantos pisos, flote, no deja de sorprender a los más iletrados en ciencias náuticas, entre los que se incluye el firmante.
El caso es que ayer, de ese bicharraco y algún otro no dejaron de bajar cruceristas. Los soltaron por Málaga a eso de las nueve de la mañana, para que se las apañaran solos en una ciudad adormilada, con resaca y gran parte en vacaciones.
El autor de estas líneas quiso acompañar a los cruceristas por este paseo fantasmal, si acaso fuera por solidaridad, porque llegar justo cuando se acaba una semana larga de Feria es bastante deprimente.
Ayer lunes en Málaga se notaba el bajón y nuestros turistas parecían contagiados por una sensación de desvalimiento, como esa pareja en chancletas y pantalón corto (clientes perfectos del súper de lujo del Puerto), que miraba al vacío, sentada en la fuente vecina de la plaza del Siglo, cubierta esta por una tela verdiblanca.
Incluso causaba un poco de agorafobia pasear temprano por la despejada calle Sánchez Pastor, donde en días pasados la ocupación de mesas en la vía pública dejaba un pasillo peatonal para casi andar de canto.
Por otra parte, la magnífica planificación institucional ha decidido volver al tajo esta semana y terminar de una vez las molestas obras de las calles Molina Lario y Duque de la Victoria, que no han podido hacerse más que de junio a agosto. Fue de la poca actividad que encontraron los cruceristas a esa hora, con la excepción de la plaza de la Constitución, donde continuaba el desmontaje de las casetas y una taladradora trataba de encontrar, en la esquina con la calle Santa María, el centro de la Tierra.
Lo que los cruceristas visitaron ayer fue una Málaga postferiante, una ciudad en franca retirada, agotada y con ganas de pasar página, si puede ser en la playa.
Nuestras autoridades turísticas tendrían que haber puesto un cartelito en varios idiomas a la entrada de calle Larios con la siguiente advertencia:?«Disculpen las molestias, la ciudad se está reponiendo».
Más acentos
De acuerdo, uno es más pesado que un burro ahogado, pero después de tanto rasgarnos las vestiduras por las críticas al acento andaluz de Trinidad Jiménez, buena parte de los locutores de Málaga sigue fingiendo un acento castellano engolado que no es el suyo.
Mucho reivindicar la belleza y la dignidad de la forma de hablar en Andalucía pero en esta ciudad tan moderna, tras los micrófonos siguen imperando normas de dicción anacrónicas, propias de zonas subdesarrolladas.
A ver si algún día se impone la «naturalidad» en radios y televisiones y que cada locutor pueda hablar, siempre de forma correcta y clara, pero con su propio acento, que no será ni mejor pero tampoco peor que otros.