Los seguidores de la serie Perdidos habrán constatado que la isla en la que se desarrolla la acción se mueve más que un garbanzo en la boca de un viejo.
Basta con que te des un paseo por ella para que te interrumpan osos polares, negros torbellinos, unos tíos vestidos con un mono ridículo e incluso que te manden, contra tu voluntad, a los años de tu infancia. No puede decirse que el argumento sea más aburrido que Pedro Solbes a la hora de la siesta.
En Málaga la isla de Perdidos sí tiene parangón: la plaza de la Marina. Alguna fuerza telúrica misteriosa atrae desde hace más de 40 años a todos los alcaldes de la ciudad. La tentación es demasiado grande: todos quieren cambiarla y dejar su huella para la posteridad, como Mitterrand en sus últimos años.
Su primera gran transformación empezó en 1964, eliminadas a finales de los 40 numerosas edificaciones que impedían la conexión del Parque con la Alameda, era la hora de lucirse y de arreglar un espacio diseñado a la pata la llana.
La fuente con luces de colores que todavía preside la plaza fue portada de diarios nacionales el día de la inauguración. Un pequeño triunfo para Málaga, que hasta esos años de recuperación por el turismo, poco había pintado en el panorama peninsular.
El siguiente paso fueron las farolas con pinta de supositorio y cierto «aire mediterráneo» (muy alejado del espíritu de la canción de Serrat). Suprimidas estas, también se sustituyeron años después unos monolitos por planchas de metacrilato. Pero las discusiones estéticas continuaron: faltaba más zona verde, la pérgola daba muy poca sombra porque nadie se había preocupado de colocarle nada encima…
No se preocupen, ahora regresa una idea planteada hace unos años. Nuestro alcalde propone peatonalizar la plaza, aprovechando que el Metro, más que el Pisuerga, pasa por Valladolid.
Que conste que la idea es magnífica. Cuando se reformó el Parque hace unos años, ningún lumbreras pensó en dejar un espacio central libre para acceder al Puerto. Este espacio, curiosamente, sí aparece en viejos proyectos del siglo XIX.
Falta «facilitar más la vida» a todos los que quieran darse un garbeo por el Puerto, por eso se piensa ahora en peatonalizar el Paseo de los Curas y cómo no, la plaza de la Marina. Desde luego, si queremos que el Puerto funcione, hay que eliminar obstáculos. Esa gran plaza central abierta al mar, sin el jaleo cutre de los coches es una hermosa idea, aunque no haya forma de «soterrar» lo que hay enfrente: el espantoso hotel Málaga Palacio que tapa la Catedral.
Al fin y al cabo, nuestro alcalde actual sigue una tendencia iniciada hace casi medio siglo. Que quiera remodelar la plaza de la Marina es lo normal y más en este contexto. Ahora bien, muchos malagueños le pediríamos que el resultado final no fuera tan incomprensible como esa isla tan televisiva y sobre todo,?que sea un resultado que perdure.
Cartojal
El pelotazo (exitoso) de la Feria de Málaga.