Madrileños de todo pelaje e ideología llevan años quejándose de las obras interminables que padece la capital de España. Son de tal calibre, que en algunos tramos se echa en falta que el alcalde Ruiz Gallardón ofrezca algún servicio de sherpas tibetanos para cruzar las calles.
Las obras, aseguran los políticos, están pensadas para el bien común, pero cuando confluyen un buen número de zanjas durante tantos meses y años, el bien común se convierte en un concepto lejano y brumoso, como un volcán irlandés.
Sin duda que el bien común es el que en estos días de verano ha llevado a nuestras administraciones a levantar un buen número de calles del Centro.
La pregunta del millón es qué mente preclara fijó en el calendario o dio el visto bueno para que las obras de remodelación coincidieran con la temporada alta veraniega. Cualquiera que se dé una vuelta estos días comprobará que la afluencia de turistas, en especial de cruceristas, es enorme, y una vista de la calle Larios desde donde está emplazada la estatua del marqués nos desvela un adelanto de lo que será la concurrida Feria de Agosto.
Ayer, el autor de esta sección se dio una vuelta con un grupo de turistas franceses, desde la Catedral a la plaza de la Merced y tuvieron que pasear por una zona tomada por las zanjas. Las calles Molina Lario, Duque de la Victoria, la placita de la calle Granada con la calle Beatas, el «hotel fantasma» de los Gálvez… las caras de hastío y horror de un grupo de adolescentes francesas era un poema y llegar hasta la estatua de Picasso se convirtió en un paseo nada gratificante y totalmente antiestético.
Nadie duda de que las calles van a quedar «niquelás» y que toda mejora conlleva una travesía por el desierto, en forma de excavadoras y nubes de polvo.
La cuestión es por qué estas obras tienen que coincidir con toda la marimorena turística del verano, cuando los comercios tratan de recuperarse un poco y los turistas esperan ver una ciudad más o menos entera, por la que se pueda pasear.
Ya lo dijo Rick en Casablanca, con la cantidad de bares que hay por estos andurriales y ella (Ingrid Bergman) tiene que aparecer justo en su bar. Con la cantidad de meses que tiene el año y estas obras coinciden en Málaga con el largo, turístico y cálido verano. Alguna razón habrá.
El otro Palacio
En un lateral del olvidado Cortijo Jurado dormita una parcela cuajada de montañitas de tierra, dando la impresión de que estamos ante un campo minado.
Pero lo curioso de este terrizo es la cantidad de garcetas comunes que congrega. Hasta medio centenar contó el firmante, por lo que concluyó que estamos ante un Palacio de Ferias de las Garcetas, con la importante diferencia de que su responsable seguro que no tiene un sueldo casi de estrella de la NBA como pasa en la capital.
Si esta infraestructura avícola quiere prosperar, al menos en lo que a dineros se refiere, lo mejor es que sobrevuelen las inagotables (y malgastadas) arcas de la administración española.