La llegada del jeque blanquiazul (no confundir con el jeque blanco de Fellini) sin duda traerá más glamour a un club que todavía no conoce lo que es ganar una competición. A lo mejor nos convertimos en una entidad de imagen impecable, profesional, aséptica, incluso victoriosa.
A uno le entra «alegría expectante» pero también un poco de vértigo por esta perspectiva que anuncia un cambio radical. Por eso, uno también comienza a recordar esas tardes «telúricas» del C.D. Málaga, de los años 70 y 80, con unas gradas recocidas, en las que la afición competía por edificar montañas de pipas en el estadio y los vendedores ofrecían coletazos de coñac (la botella en cuestión tenía un canutillo para verter una copita). En megafonía, con voz parecida a la del Nodo, se peroraban los transportes Azkar, la Cancela Campera (si uno estaba falto de vitaminas) y se alertaba al público de que, mientras estaba viendo el partido, su coche corría peligro.
El espectador medio en estos lances era un socio cincuentón, de pelo muchas veces untado con gomina que sostenía una radio de bolsillo, audible desde Tetuán. A este respecto, destacaba El musiquita, un seguidor que cargaba con un radiocasette del tamaño de un tronco de secuoya, con el que seguía los partidos (y a la fuerza, el resto del personal). Y?no puede olvidarse a Rafael, un seguidor convencido de que era un representante de jugadores y que todas las semanas ejercía de ojeador en Milán. ¿Seguirá en la moderna Rosaleda?
Además, el respetable recibía un escueto folleto mal impreso con información sobre el perfil del árbitro y el partido de la jornada, que servía para colocarlo en el roñoso asiento y no mancharse los pantalones.
Eran pocos los seguidores que lucían camisetas del equipo, como no fueran algunos niños chicos y unos pocos forofos, muchos de ellos, curiosamente, barrigones. En cuanto a la presencia de mujeres, la mayoría solía ser acompañante del novio o el marido y se veían pocas forofas «per se».
La afición malaguista, por cierto, estaba muy satisfecha de estrenar un estadio recién salido del Mundial 82, que dejaba atrás unas instalaciones antediluvianas, propias del pueblo de Bienvenido Mr. Marshall (de Villar del Campo, perdón, del Río). En las gradas, por otro lado, los vendedores se desgañitaban vendiendo «shervesha» (sic) con alcohol, en cubos rebosantes de hielo.
Todas estas imágenes costumbristas, casi de comedia, propias de un club al que nunca se le subió a la cabeza éxito alguno (seguramente porque escasearon) se volverán mucho más anacrónicas y fuera de lugar con la llegada, al fin, de una persona con dinero para hacer algo prometedor.
Hora es de vivir buenos tiempos en el terreno de juego y olvidarnos del ambiente de las gradas, única distracción posible para esos niños de los años 70 y 80, ante la sequía de alegrías malaguistas.
Apoyo argentino
En Echeverría del Palo cuelga una pancarta con un ingenioso lema de apoyo a la selección argentina:?«No hay corralito para tanta pasión» Argentina sigue bien…incluso con Maradona.