Hace unas semanas esta sección comentó el dineral que los políticos se gastan en placas conmemorativas para recordar al mundo que, en el momento de inaugurarse, restaurarse o repintarse cualquier objeto, monumento o equipamiento, ellos estuvieron allí.
El caso más paradójico es el monolito del paseo marítimo de Poniente, que inmortaliza al entonces ministro de Medio Ambiente Jaume Matas, un señor de quien ahora cualquiera de sus compañeros de partido huye como de la peste bubónica (y eso que la Justicia todavía no ha dictado sentencia).
El síndrome de Mitterrand de dejar para la posteridad cualquier cosa que recuerde al responsable político no conoce fronteras, y en Málaga nos encontramos estas placas conmemorativas hasta en los aparcamientos, pagados con el dinero de los propietarios de las plazas.
Así están los egos, aunque puede que no sea una cuestión de los políticos en sí, sino del entramado de los partidos, con ganas de repuntar más que la formación enemiga.
Lo curioso es que ni los espacios naturales se libran ya del «yo estuve aquí e inauguré esto». Así, no hay nada menos estable que las playas de la Caleta y la Malagueta, de ahí que los intentos por estabilizarlas sean dignos de elogio, aunque en un par de temporales no sirvan para mucho.
Pues ni siquiera la fragilidad de estas playas, alimentadas por costosas paletadas de arena importada pueden con el empuje de los políticos, en este caso de nuestra ministra Elena Espinosa, titular de la cartera de Medio Ambiente (y no sé cuántos Medios más), que no tuvo reparos en plantar lo que en Málaga se conoce como «un ñosco» (piedra de considerable tamaño) en un recodo de la playa de la Caleta, para constatar que completó la «estabilización» de la inestable playa.
El gesto propaga la falta de modestia de estos tiempos, pues que se sepa, ni un miserable canto rodado recuerda a los responsables políticos de las renacidas playas de comienzos de los 90, que en todo caso, son los que tuvieron todo el mérito.
Hace varias décadas, en Málaga escaseaban las placas conmemorativas; aparecían sobre todo en las casas natales de importantes personajes. Ahora, es difícil esquivar estas exhibiciones fatuas de inmodestia, en las que abundan concejales, alcaldes, ministros, secretarios de Estado y archipámpanos de las Indias.
Dentro de unos años, no podremos andar por la calle sin toparnos con uno de estos recordatorios administrativos, aunque la piedra de la ministra en cuestión puede que de aquí a diez años (si no antes) se nos pierda en el Mar de Alborán. Ya saben, los temporales aquí son la leche en polvo.
Cruceristas
Una naviera alemana llamada Aída ofrece a los cruceristas que llegan a Málaga la posibilidad de recorrer en bicicleta el Centro Histórico. Estas ofertas tan curiosas son las que llaman la atención de los visitantes. En tiempos de crisis, la imaginación debe ir, todavía más, al poder.