El pasado martes hablábamos de esos retazos surrealistas (majaras) de Málaga, que conectan esta ciudad con el realismo mágico sudamericano (o con el universo de la película ‘Amarcord’ de Fellini).
En la decisión de la Junta de Sanidad de ‘espantar las miasmas’ de la fiebre amarilla en 1803 a base de cañonazos, lo que provocó el fallecimiento por infarto de un perchelero, se esconde un capítulo de García Márquez o si se busca el lado menos ‘mágico’ pero más humorístico, de Bryce Echenique.
Aquí va otra historia legendaria, bastante imprecisa por lo recabado por un par de fuentes, que sitúan la acción en la finca de La Concepción, en el último tercio del siglo XIX o al comienzo del XX, aunque bien podría ser otro el emplazamiento. El caso es que el rey de España (¿Alfonso XII, Alfonso XIII?) o un personaje ministerial tenía que visitar de improviso Málaga y dormir en la ciudad. Se buscó, parece, la finca de La Concepción, una de cuyas moradoras era una mujer gran amante del cuidado de las gallinas.
La afición de esta acaudalada malagueña trajo de cabeza a la familia, que no quería ver la finca cuajada de ‘cagajones’, coincidiendo con la visita de tan alto personaje. La solución fue digna de figurar en los libros de protocolo: se colocaron una especie de pequeños pañales a cada una de las gallinas para que, durante la estancia real o ministerial, nada ‘manchara’ la hospitalidad de la casa.
Lo que sí está comprobado por un servidor, por un testimonio familiar, es la afición a las gallinas que tenía Anita Delgado, la antigua maharajaní de Kapurtala. De hecho, cuando se marchó de una casa que ocupaba en el Valle de los Galanes, la actual sede del Colegio de Ingenieros de Caminos en la avenida Juan Sebastián Elcano, vendió algunas gallinas de raza india a los vecinos o al menos, muy distintas de las que acostumbraban a picotear por Málaga. Gallinas indias y gallinas con dodotis. ¿Alguien da más?
Los chinos
Ha quedado aceptablemente bien el arreglo del empedrado de la calle Fresca, lo que desmiente la frase hecha de que ya no existen artesanos capaces de ‘re-enchinar’ una calle.
Las mismas buenas artes deberían emplearlas en la calle Santiago, lateral de la iglesia en la que se bautizó Picasso. El empedrado colocado hace ahora medio siglo está desaparecido en el tramo inicial, quedando al descubierto un ‘joyo’ en el que tropiezan los turistas que buscan la huella picassiana y se topan con un traspiés.
Además, las lluvias que están transformando Málaga en una sucursal de Orense convierten el ‘joyo’ en un charco muy apañado para el buceo.
Esta zona de ‘alta densidad turística’ debería mejorar cuanto antes. Ya se ha hablado aquí de lo que la Málaga turística necesita:?sin dejar de lado los grandes proyectos, más atención a los pequeños detalles.