Cuenta una leyenda que cuando Bolívar dormía una siesta profunda en mitad del trópico, un ayudante le interrumpió anunciándole la imprevista visita del barón von Humboldt.
El general Bolívar le recibió adormilado y desnudo de torso para arriba mientras que el famoso naturalista llegó ‘recocido’ en un barroco ‘uniforme de gala’ poco apropiado para el trópico. Ante semejante irrupción ‘en su siesta’, Bolívar se limitó a preguntarle con sorna:?»¿Qué hubo mi baronsito?, ¿qué le trajo por estas tierras equinocciales?».
Habría que ver la cara de sorpresa del prusiano por semejante ruptura del protocolo.
Cierta o no esta leyenda, ejemplifica la frescura y el surrealismo de las tierras americanas, en las que, siglos después, surgiría el movimiento literario del ‘realismo mágico’.
Por esos años próximos al encuentro surrealista entre Simón Bolívar y el explorador, en Málaga tuvo lugar una anécdota digna de traspasarse a una ciudad del trópico y figurar en una novela de García Márquez.
La recordaba el académico Manuel Olmedo, que el domingo habló en este periódico de la Málaga napoleónica.
Después del esperanzador fin del siglo XVIII, cuando el puerto de Málaga estuvo autorizado a comerciar con América, la ciudad se hundía en una cadena de desgracias naturales que daban la bienvenida al XIX.
Entre las más duras invitadas de la nueva centuria se encontró la epidemia de la fiebre amarilla o ‘vómito negro’, que se llevó por delante a 10.000 personas, una cuarta parte de la ciudad. Para combatir esta plaga, que entre otros síntomas causaba la coloración amarilla de la piel, a la Junta de Sanidad de Málaga se le ocurrió un método desesperado. Con el loable fin de eliminar las ‘miasmas’ que causaba el contagio, el 3 de octubre de 1803 mandó situar cuatro cañones en varios puntos del Perchel, donde había comenzado esta fulminante epidemia.
Los cañones estuvieron disparando unos cuatro o cinco días, sin bala, con el propósito de que al quemarse la pólvora se limpiase el ambiente.
No pudo ser, los cañonazos no sólo no frenaron la epidemia sino que además, al escucharse en la plaza de San Pedro el primer cañonazo, un hombre enfermo murió de un infarto a causa del sobresalto.
Sitúen esta anécdota verídica (registrada por el médico malagueño José Mendoza) en el trópico ‘del baronsito’ y se encontrarán con un trozo, nunca publicado de ‘Cien años de soledad’ (o de ‘El general en su laberinto’).
El arroyo
Hace justo 30 años, en vísperas del 28-F, el diario ‘Sol de España’, el periódico de ‘aperturismo’ y la Transición en Málaga, publicaba un reportaje sobre el aspecto tercermundista del arroyo del Cuarto y las penalidades que sufrían los vecinos de Nueva Málaga y de la recién hecha barriada de Los Millones. Por fortuna, las quejas son ya material de hemeroteca.