El martes pasado, en la previa del Copa del Rey cerraba la columna preguntándome qué Unicaja era el que se iban a encontrar los rivales de los malagueños, y lo cierto es que terminaron encontrándose el peor que podían esperarse.
Y es que este Unicaja es otra vez campeón de la competición que le toca jugar, dominador total de cualquier galardón que se haya disputado esta temporada, con tres títulos conseguidos de tres disputados, y tiene un planteamiento idéntico ante cualquier cosa que se le propone: ¿por qué no?
Ante el nuevo éxito conseguido, lo primero que se demanda es disfrutar de todo lo que rodea al éxito, la fiesta, levantarse el lunes y el martes con resaca, revisar las fotos de Ibon Navarro huyendo para que no le fastidien el traje… nada más que lo que se espera cada vez que se inicia una temporada, y nada menos, porque en la gran mayoría de las ocasiones, sólo son sueños que muy pocas veces se terminan cumpliendo.
Este Unicaja ha repetido, pero no ha copiado triunfo, me explico, en la Copa del Rey, competición particular y excepcional en todos los sentidos, provoca las mejores sensaciones para todos antes de empezar a jugar, pero en la gran mayoría de las ocasiones se las reparten entre los de siempre, aunque se supone que da el mayor número de opciones a las sorpresas, el club de Málaga ganó la primera copa al Real Madrid en 2005 en Zaragoza, entrando como octavo clasificado y alterando lo previsto, por mucho valor anterior que tuviera el plantel que manejaba entonces Sergio Scariolo.
El segundo triunfo, el de Badalona en 2023, tuvo en todo momento que si mala o buena suerte, porque el Unicaja estuvo a punto de entrar entre los cabezas de serie, pero llegó quinto a la cita, también porque el sorteo lo enfrentó al FC Barcelona y a punto estuvo de no llegar a la prórroga -en la que se ganó-, luego tocó el Real Madrid, y al final el Canarias, rival que peor se le daba a los de Ibon Navarro en la historia reciente, pero todo se arregló.
¿Y ahora?, aún sabiendo todo lo que te dice la ortodoxia, el Unicaja ha sido el mejor, para mí sin discusión, las dudas que los cajistas teníamos en la cabeza con las derrotas poco justificables de Girona y Lugo se quedaron en nada con la seriedad mostrada en cancha desde el primer momento, aún teniendo que pasar por el desacierto en el tiro exterior en el inicio de los partidos, aún sufriendo los envites del rival, porque la oportunidad estaba ahí para todos, no sólo para los que queríamos nosotros.
Como además somos especialistas en ponernos dramáticos a priori, para las semifinales, estaba en el ambiente que a lo extraordinario del juego y la edad de Marcelinho Huertas y sus compañeros le acompañaba poco menos que la imbatibilidad, cosa que a base de más seriedad, más trabajo y la aparición de la figura de “EL EQUIPO” con mayúsculas se consiguió. Ante cierto tono grisáceo en la actuación de los habituales como ocurrió el sábado con Kendrick Perry, Tyson Carter o Dylan Osetkowski, se vio como Alberto Díaz, Yankuba Sima, Jonathan Barreiro o David Kravish hacían que los canarios, otro equipo con mayúsculas no pudieran pasar a la final, aunque fuesen los mejores competidores de este torneo, lo cual es bastante habitual.
Para el domingo, entre sentimientos, de ganas por acortar los momentos previos y empezar la contienda y el aluvión de datos que te dicen de todo menos si se le puede ganar a los que habitualmente dominan esto, se llega al momento esperado, y ahí… más de lo mismo.
Porque desde el lanzamiento del balón al aire, la mejor cara del equipo fue la que se vio, pese a lo que se podía pensar y que todo lo que tiene alrededor el rival hacía desconfiar, se enfrentaba el equipo que más había anotado, el Unicaja que promediaba 95 puntos por partido en el torneo, frente al que menos puntos encajó en los dos primeros encuentros, el Real Madrid, que con 66 de media, no había dejado que ni BAXI Manresa, ni Dreamland Gran Canaria llegaran a 70 puntos.
La duda estaba ahí, sobre si el Unicaja sería capaz de no traicionarse a sí mismo y seguir con la idea de poner un ritmo alto en el encuentro sin caer en lo que quería esa versión nueva del rival, que tiraba de dureza defensiva para cerrar partidos, pero al final, lo que hubo fue un 93-79 que en todo momento fue fiel reflejo de lo que era el talento y el trabajo puesto al servicio del equipo.
¿Y qué esperar ahora?, aparte de seguir disfrutando este momento dulce, algo que nunca había sido algo repetido en el menú del equipo en los últimos tiempos, aparte de pedir que la sanción a Dylan Osetkowski se resuelva más o menos a la misma vez que la vuelta de Gibraltar a España, que las lesiones respeten al equipo y que ése “uno más” de ese MVP malagueño nacido en Ocoee, Florida, llamado Kendrick Perry siga siendo una constante y que empuje a tener más hambre y más ganas de seguir proporcionando alegrías.
Por eso, porque tenemos la suerte de estar en un sitio donde mucha gente encuentra su hogar (entre ellos nuestro MVP, tras jugar en diez países antes que aquí), porque disfrutamos tantas cosas que sólo cuándo se pierden se echan de menos, agradezcamos a quienes tengamos en la cabeza porque se lo merecen, y sigamos pasándolo bien, más allá de ganar o perder, aún hay mucho por conseguir.