No olvidar la realidad.

25 Nov

Aún no contamos con la vuelta a la competición del Unicaja. Cuando escribo esta columna, España no ha jugado el partido de vuelta contra Eslovaquia en Orense y lo cierto es que aunque aquí siempre puedo escribir de lo que me plazca, y como aún no se me ha ido el susto y el cabreo del cuerpo desde el viernes pasado, toca hablar del equipo que entrena Sergio Scariolo.

A nuestro entrenador de cabecera y -con permiso de Ibon Navarro- el que más éxitos ha procurado al Unicaja, le hemos visto de todo lo bueno que se puede imaginar y además, puestos a pedirle, casi podemos pedirle la luna, pero lo mismo tendríamos que poner en perspectiva qué tiene entre manos y en qué condiciones de rendimiento.

Vaya por delante que el partido de Bratislava tendría que haber acabado antes de llegar a la segunda prórroga por un mal funcionamiento de la mesa de anotadores, pero que un eslovaco pulsara más tarde el botón del reloj dio la oportunidad a Santi Yusta de anotar un triple de ésos de película americana en la cual terminaría casándose con una monísima Brittany, capitana de las animadoras.

El desastre hubiera estado consumado en un porcentaje altísimo, porque estaríamos hablando de la casi eliminación de la actual campeona continental por no ser capaz de quedar entre los tres primeros de un grupo con Letonia, Bélgica y Eslovaquia, cuya estrella absoluta es un jugador del UCAM Murcia (Vladimir Brodziansky), y que lo más cercano que hemos estado en Málaga al baloncesto de ese país fue el enfrentamiento ante el actual campeón, Patrioti Levice, que aporta sólo un jugador a su selección (David Abrham).

Hablé la semana pasada de las ausencias de los jugadores de Euroliga y Santi Aldama, algo generalizado a la gran mayoría de los rivales. Y además hay que sumarle que se está intentando afrontar el cambio general lógico con la entrada de jugadores jóvenes, que tienen aún un impacto relativo en la liga española, como ocurre con Mario Saint Supéry, Sergio de Larrea, Rafa Villar o los algo más curtidos Jaime Pradilla o Carlos Alocén. Eso, más, la suma de Izan Almansa, que ni ha jugado, ni se espera que juegue en la ACB, al menos en un corto espacio de tiempo. En mi opinión, no es algo prematuro, creo que era algo obligado para el de Brescia.

El problema viene porque el peso específico real del talento joven en la competición actual está bajo mínimos. En Málaga estamos maravillados por lo que mostró Mario Saint-Supéry en Burgos (LEB Oro) y ahora en Manresa, siendo jugador de rotación para otro club. Tanto en los casos de Villar y De Larrea, las ausencias de compañeros en su posición (baja del club y lesión, respectivamente) ha supuesto la oportunidad de meter la cabeza en la alineación. Pero aunque haya presencia de jóvenes, y tanto Pradilla como Alocén y Almansa sean reconocidos como jugadores de pleno derecho, ni mucho menos son las primeras opciones de sus equipos a la hora de pensar en armas definitivas cara al rival.

No fue ni más ni menos lo que se vio el viernes. Scariolo optó por el camino más corto, poniendo a defender a un grupo que rinde en sus equipos en labores de respaldo, sin responsabilidades principales en ataque. Y eso es lo que terminó viéndose: un primer tiempo con España oficiando de lo que es, un equipo superior ante un rival que tenía nada que perder y todo que ganar, y unos 15 últimos minutos infames para las dos selecciones y para el baloncesto. Está claro que su seleccionador, Aramis Naglic -uno de los secundarios imprescindibles de aquella inolvidable Jugoplastika-, recordará que tuvo una oportunidad única para darle brillo al corto palmarés de Eslovaquia, pero si alguien tiene que no olvidar al nivel que está el baloncesto español somos nosotros, para cuando los dirigentes nos quieran cegar con los cristalitos brillantes en modo baratija. Porque todos disfrutamos de las lágrimas de alegría de Alberto Díaz, o de los éxitos de Saint-Supéry en las selecciones inferiores, pero como muchos no somos el aficionado que se acerca a nuestro deporte de manera esporádica por un torneo ilustre, sabemos que el problema no está en que a España le quede tiempo para acercarse a su época dorada, es que es imposible exigir recolocar a la selección en un nivel donde rivales y competición van a hacer lo imposible por impedirlo.

¿La solución? De entrada, al igual que decía el pasado martes, que hablen en serio buscando una solución que no sea una patada hacia delante, que adecúen la normativa de los cupos a algo más que el beneficio propio inmediato y, sobre todo, que tengan cierta visión de futuro, aunque sea más allá del mandato que tienen.

¿Iluso?, bueno, si asoman y pasean por Málaga, seguro que todos el mundo piensa que no es noviembre, sino Navidad, y ya saben…

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