Al final de esta semana darán comienzo los Juegos Olímpicos de París, la normalización de una fiesta que tuvo su última manifestación en Tokio un año más tarde de lo que tenía que celebrarse, con gran merma de público por la pandemia y que dejó sensaciones muy alejadas de todo lo bueno que suele traer esa cita.
En lo que nos importa, el equipo de España se encuentra tras haber conseguido la clasificación en el preolímpico de Valencia y ante el compromiso de enfrentarse a las selecciones de Australia, Grecia y Canadá.
No sé ustedes, pero entre los rivales y el cambio de sistema de competición (ya usado en Japón), al pasar de dos grupos de seis a tres grupos de cuatro, no hay un minuto de los cuarenta de cada partido que pueda tener un mínimo de respiro. Además, como el equipo de Sergio Scariolo tiene la vitola de «equipo de transición», no va a haber respiro.
Yo tengo la sensación de haber vivido ya esto, que los momentos que vienen ahora para el plantel que dirige el ex entrenador de Unicaja son complicados, que suena a renovación generacional, con mucho veterano ilustre que se encuentra ante su último baile y que, mentalmente, está la posibilidad de no ver a los nuestros entre los mejores.
Anteriormente, y mucho más bajo el mandato del entrenador italiano, toda la desconfianza previa se ha vuelto alegría sin límite al evaluar la actuación en la competición que haya tocado. Pero en esta ocasión, en la que el calificativo más repetido de los rivales de España es el «grupo de la muerte», lo menos que se puede decir es que cualquier rival puede vencer, pero también puede caer, porque si hay algo que no se le puede negar al grupo que va es ser competitivo. Habrá menos talento que en otras ocasiones, hay jugadores que parece que van en modo «premio fin de carrera», y hay otros que dejan patente la escasez de según que piezas válidas en el baloncesto nacional, pero de comparsas está claro que no se va.
Como algo recurrente, siempre se piensa en lo que viene detrás, la generación que se supone que tienen que dar el relevo y, paradójicamente, todos coincidimos en que hay jugadores prometedores. La querencia por los metales de las selecciones inferiores es algo a lo que se nos ha habituado. La más inmediata a la categoría senior, la selección Sub20, tiene muy buena pinta en cuanto a jugadores y resultados, pese a ese séptimo puesto en el Eurobásket de Polonia.
Y es que a todos nos suenan los «buenos» de ese equipo, pero lo cierto es que, con jugadores ya en edad senior, el impacto de los mismos y la imagen en el baloncesto de élite es más virtual y esperanzadora que real.
De la docena que ha llevado Salva Camps a Polonia, sólo dos han estado en ACB, Jordi Rodríguez y Lucas Langarita, después, Rafa Villar, Sergio de Larrea, Ab Sediq Garuba, Isaac Nogués y David Gómez en las hasta ahora llamadas LEB, y Victory Onuetu en EBA. De los cuatro restantes, Ízan Almansa estuvo en la G-League de la NBA y Conrad Martínez, Aday Mara y Álvaro Folgueiras, en la NCAA.
Si se pregunta por ellos, la respuesta más generalizada es que no han progresado todo lo que se esperaba de ellos. Habrá que personalizar, los que se fueron a las universidades dirán que el primer año es para tomarle el pulso al país, el idioma, la competición…, y todos hablarán de lo complicado que es dar la respuesta correcta.
En ese grupo, dos ex miembros de la familia cajista, Onuetu y Folgueiras, cada uno con un camino distinto para llegar al profesionalismo. Los dos que han jugado en ACB, Rodríguez y Langarita, no sólo han tenido un parón, sino que el aragonés ya tiene el recado de su entrenador diciendo que se busque una cesión que va a jugar poco. Sobre Mara, lo mejor es esa idea sobre los jugadores altos, que se dice que cuajan más tarde. E Ízan Almansa, quizá el de mayor proyección, su golpe de timón es sustancial, siguiendo esa nueva moda americana de seguir la progresión en Australia. Resumiendo, parece que no ha pasado el tiempo, al menos, provechosamente.
Mientras tanto, en Málaga, teniendo uno de los mejores proyectos, Mario Saint-Supéry, todos damos como cosa hecha que se cederá a Manresa para seguir a las órdenes de Diego Ocampo, pero pensando en cosas hechas, como también parecían la salida de Dylan Osetkowski y el fichaje de Olek Balcerowski, y con el detalle que el chaval es cupo, y el equipo en este momento roza el mínimo que se exige en la FIBA BCL, no sé con qué idea quedarme a día de hoy.