Ha pasado toda una semana sin competición para nuestro Unicaja, unos días de entrenamiento con los jugadores que se han quedado en Málaga y no han viajado con sus selecciones.
Aunque Ibon Navarro sólo va a disponer de la plantilla al completo unos tres días antes del próximo partido de Liga ACB en Santiago de Compostela ante el Monbús Obradoiro, todo el mundo espera que el equipo malagueño siga dando los pasos adecuados y reafirme las sensaciones adecuadas que se ven en este primer tramo de temporada.
Todo esto, claro, si no hay bajas a consecuencia de las ventanas FIBA que han puesto a la mitad del plantel en riesgo de lesionarse lejos del equipo que les paga, porque cuando escribo esta opinión aún están pendientes algunos encuentros de esta ronda.
Ya he manifestado varias veces lo que me parecen estos partidos, no he cambiado de parecer últimamente, aunque reconozco que el partido de Pésaro entre Italia y España me gustó bastante, además contrariamente a lo que me pasa con otros, lo esperaba bastante.
Seguro que a los malagueños nos pone bastante hablar en este momento de la selección, con los conocidos Alberto, Brizuela, Barreiro, Francis, Rubén, Jaime en el bando de los jugadores, más todos los demás en el cuerpo técnico de Sergio Scariolo.
No sé si el entrenador más que de Brescia es del mismo Bilbao y construyó él solo el Guggenheim y el nuevo San Mamés en sus ratos libres los fines de semana, pero la victoria en su país es otra muesca más, sin ser el partido decisivo, como los que se pudieron vivir en septiembre ante Alemania o Francia, ir a base de pico y pala para derrotar en Pésaro a los italianos era complicado.
De entrada, la buena gestión de mover de fecha el encuentro entre Armani Olimpia Milán y Virtus Segafredo Bolonia para que España pudiera tener a su entrenador en el banquillo, aunque ello conllevara que Italia tuvo cinco jugadores de equipos Euroliga a las órdenes de ese fenómeno del star system llamado Gianmarco Pozzeco, cosa que no llegó a ocurrir en nuestro equipo nacional, entre otras cosas, porque el mismo viernes, se jugaban el Panathinaikos-Cazoo Baskonia y el Valencia Básket-Mónaco.
Que esto se quedara ahí, vale, por una vez, y sin que sirva de precedente, participan algunos jugadores Euroliga, de jugadores NBA, ni mención. Será porque hemos normalizado que no importa si el campeón del Eurobásket no juega el siguiente Mundial al no poder contar con los mejores jugadores en las ventanas de clasificación, como le ocurrió a Eslovenia entre Turquía 2017 y China 2019. Honestamente, si el argumento para favorecer las ventanas es que se demandan más partidos de selecciones, es un fraude que esos partidos no se jueguen con los mejores elementos en cada equipo, mucho más, pensando que además se les priva de jugar las competiciones definitivas.
Y que conste que egoístamente a España, e incluso al Unicaja, le ha ido muy bien. De no ser por las ventanas, dudo mucho que Alberto Díaz hubiera dejado de ser un base pelirrojo muy incómodo que juega en Málaga, aunque esta temporada cumpla una docena de cursos jugando algún partido ACB, aunque haya sido MVP de una final de la Eurocup, y para muchas aficionadas malagueñas sea el yerno ideal. Pero en este país, para que hubiera tenido el reconocimiento real a su valía, o se llama Albert y es de Mataró, o juega en el Madrid, o los medios que se acercan a nuestro deporte sólo cuándo la selección hace una gracia ni habrían reparado en él.
Aún estando contento por la medalla de oro del Eurobásket, por Alberto, incluso por Sergio Scariolo, no termino de comulgar con ese timo que me parecen las ventanas. Me sale la parte incrédula con Zeljko Obradovic prestando a Danilo Andjusic y a Uros Trifunovic del Partizán para jugar con Serbia, pero no a Ioannis Papapetrou con Grecia, y para rematarlo, aparece Ergin Ataman, negando la cesión de Vasilje Micic para que juegue contra Turquía. Encima, en el grupo I de clasificación, todo apunta que entre Grecia, Serbia y Turquía se juegan dos plazas para el Mundial.
Todo ello además, con las nacionalizaciones exprés, los pasaportes vendidos al mejor postor y una sensación de que todo lo que sea mirar más allá de una cancha, dos canastas, diez personas y un balón, es pervertir lo más sagrado de nuestro deporte. Arréglenlo de una vez, por favor.