Este fin de semana, el de la Copa del Rey, suele ser esperado por la gente de nuestro deporte con la misma ilusión que se suele esperar la noche de Reyes entre la gran mayoría de los niños, aunque la deriva del rendimiento de nuestro Unicaja dejó claro hace semanas que ir a Granada a disfrutar del juego de nuestro equipo era misión imposible, sobre todo por los deméritos propios.
Bien cierto es que la ciudad hermana merece ir en cualquier oportunidad que se tenga, por pequeña que sea. Que el torneo copero es un invento tan genial que no importa que falten clásicos para que estén sus aficiones como ocurre en el caso de Bitci Baskonia o el propio Unicaja, y que nuestro deporte hace palidecer a cualquier otro en cuanto a modelo de convivencia para con los rivales, si no, revisen esas fotos de multitud de aficionados de otros tantos equipos en la puerta de la catedral granadina, o en la Plaza de la Bib-Rambla. El día que se vean fotos así en otros deportes o que haya convivencia entre rivales viviéndose a ese nivel, lo que en el baloncesto no es tan extraordinario, empezaré a creerme algunas cosas.
Más allá de lamentar la ausencia del Unicaja, de un tiempo para acá el torneo me hace plantearme cosas, no sé si pensar que el formato requiere una revisión o que es la propia competición ACB la que lo necesita. Asistir nuevamente a una final entre los dos equipos futboleros es algo demasiado cotidiano, no es que los del centro lleven nueve finales consecutivas, es que para remontarse a una final en la que no estuvieran uno u otro, hay que remontarse a la edición de 2009, celebrada en Madrid, en la que se enfrentaron los dos grandes ausentes, el por entonces TAU Baskonia fue campeón ante el Unicaja de Aíto García Reneses.
Desde ese año, hemos asistido a nueve enfrentamientos FC Barcelona-Real Madrid en la final de un torneo que apareció como fuente de oportunidades para los menos poderosos, pero la realidad nos dice algo muy diferente.
La cosa es más que complicada, porque los deportes no mayoritarios en España tienen tanta dependencia de los equipos de fútbol que, en gran medida, parte del estatus que tiene el baloncesto se debe a la figura de esa eterna, encarnizada y aburrida pugna entre blancos y azulgranas.
Nunca me he imaginado nuestro deporte sin ambos y no creo que llegue ese momento, pero no sé hasta qué punto esa dependencia termine matando a base de desigualdades, descompensación y rutina gran parte de todo lo que nos gusta de él.
No basta con que la ACB sea un mero instrumento para ambos y que durante la temporada regular sea un estorbo que les impida dedicar toda su atención a la Euroliga, salvo cuándo se dirimen los dos títulos que les importan. Para ello, en la competición nacional se tiene a bien tener presupuestos que multiplican en diez o doce veces el de algunos participantes y que en todos los sentidos, tanto la Liga como la Copa terminen orientándose para que el resultado final se dé con una obstinada repetición de eso que hemos adoptado como «clásico» por culpa de esa prensa mal llamada deportiva, la cual sólo se acerca a nuestro deporte en las ocasiones que todos tenemos en mente.
Hay un detalle que me llama la atención en cada Copa y creo que debería dar que pensar a la ACB, este año, con la cita de Granada, en un pabellón que algunos de la prensa calificaron de «viejo» (inaugurado en 1991), y con un aforo de 7.358 espectadores, no se ha llegado en ninguno de los partidos a los 7.000 asistentes. Reconozco que me gustaría saber cuántos espectadores de pago hubo realmente, porque a la final, como suele ocurrir, es cuándo aparece la mejor entrada, en gran medida porque es cuándo acuden los invitados, como en esa imagen imborrable del Eurobásket de 2009, con gente tan advenediza a nuestro deporte como Raúl González o Pedro Almodóvar veían desde la tribuna a Rusia ganarle la medalla de oro a España.
Sinceramente, no se trata de atrasar el tiempo y volver a la versión de 1992 también en Granada, en la que la final fue entre dos equipos que ya no están en la ACB (Estudiantes y CAI Zaragoza), añadiendo además que la Liga ACB la ganó el entonces Montigalà Joventut. Está claro que el paso del tiempo obliga a adaptarse, pero no estaría de más que las mentes pensantes de este negocio recapaciten y piensen lo que era el All Star de la NBA y en lo que se ha convertido. Y sí, también se celebraba este fin de semana.