Pocos aniversarios se me antojan tan brillantes y bonitos como las bodas de plata de la consecución de la Euroliga del Joventut en Tel Aviv frente al Olympiacos. En 1994, ver que un equipo «sólo de baloncesto» y que no estaba entre los todopoderosos del continente triunfara en esa competición fue un bonito detalle que nos encantó, aunque fueras del Unicaja o del OAR Ferrol.
Más allá de la factura que pagó el conjunto catalán por aquel triunfo, un tiempo antes en Málaga nos conformábamos con muy poco. La Euroliga más que una ilusión rozaba la entelequia. Hace unos 30 años, el Caja de Ronda completó la peor temporada de la historia en la 1987/1988, comandados en el inicio desde el banquillo por Arturo Ortega y después por Zoran Slavnic. El equipo completó una Liga con sólo una victoria, en Granollers, y tuvo al mando aquel día a José María Martín Urbano, que respondió a la enésima llamada de auxilio del club. La temporada siguiente, con sólo dos supervivientes de la primera plantilla de ese año (Rafa Vecina y Jordi Grau), se hizo una remodelación a fondo, con un técnico solvente, (Mario Pesquera) varios veteranos fiables (Fede Ramiro, Luis Blanco y Pepe Palacios) y dos americanos que dieron un salto de calidad poco imaginable entonces (Joe Arlauckas y Rickey Brown), unos jóvenes canteranos de aquí y de otros equipos ACB complementaron los entrenamientos y cerraron el plantel.
Hay muchos que no le darán valor suficiente a lo que hizo ese equipo dos años seguidos, o que valorarán otras actuaciones como más valiosas, pero en esa época, quedar quinto dos años seguidos, con un equipo con seis jugadores y medio (más o menos) y sin estar entre los mejores presupuestos, sí que creo que valiese.
Detalles de aquel año: la apuesta fue Joe Arlauckas, tras quedar en la posición 74 del draft de 1987 (el mismo que David Robinson, Scottie Pippen, Reggie Miller o Phil Zevenbergen), se pasó su primer año de profesional viendo como lo cortaban en Sacramento y Caserta, aparte de una propensión a llegar pasado de kilos en verano, se adaptó al juego de tres hombres altos e hizo una de las mejores carreras en Europa que se recuerdan. Rickey Brown era un lujo asiático tan fiable como un reloj suizo, pero tan incómodo como unos zapatos nuevos, puesto 13 del draft de 1980, jugó 5 años en la NBA antes de saltar a Italia, el importe de su fichaje por dos temporadas tenía que estar depositado en un banco estadounidense desde el primer día, con lo cual el riesgo era altísimo, pero tras ganar la Copa de Europa anterior con ese geriátrico de genios llamado entonces Tracer Milán junto a Mike d’Antoni, Bob McAdoo o Dino Meneghin entre otros, tuvo dos años de clases magistrales en Ciudad Jardín. En Youtube hay auténticas joyas si no tuvieron la suerte de poder verlo.
Ahora, la situación no es para hacer control de daños tras un naufragio, pero hay que mirar hacia delante e intentar afinar en la composición de la temporada próxima, salvo que haya otro conejo en la chistera de Jordi Bertomeu (cosa que no es descartable), para jugar la Euroliga 2020/2021 sigue habiendo dos caminos, Eurocup y Liga ACB.
El riesgo a correr es grande, hay que contar con jugadores jóvenes y canteranos que de manera obligatoria tendrán un peso específico mayor que el que han tenido anteriormente, hay que arriesgar con jugadores foráneos que de verdad den un salto de calidad y habrá que estructurar el plantel de una forma diferente, repartiendo importancia de otra manera, necesitando que haya responsables y autores antes de que se produzcan victorias o derrotas, que como todo el mundo sabe, las primeras tienen múltiples padres, y las segundas son huérfanas.
Resumiendo: el club y quienes mandan en él tienen que ser valientes, aunque desde fuera de Málaga, muchos dirán que suplicarían por el respaldo de la Fundación Unicaja y de Unicaja Banco a través del tiempo, por mucha diferencia que presupuestaria que haya. El vértigo existe, pero creo que es mucho peor tener que soportar la apatía por bandera y observar actuaciones como la del domingo en Lugo, diciendo que tampoco tiene más trascendencia porque los objetivos ya no se van a cumplir de ninguna forma, y el libro de excusas ya amarillea de tanto usarlo.