Que el Unicaja haya cerrado el objetivo inmediato de clasificarse para la próxima Copa del Rey es una buena noticia. Sobre todo viendo que el nivel del equipo no está siendo el que alcanzó de entrada en el arranque de la temporada y que le ha servido para aspirar incluso a ser cabeza de serie en la cita de Madrid, algo que no sería tan ilógico refrendar en Santiago frente al Monbús Obradoiro.
Con la victoria del pasado sábado ante Movistar Estudiantes y el debut del armenio Ryan Boatright, el Unicaja ha hecho debutar a su jugador número 15 en la temporada. De momento, en la Liga ACB han jugado 277, de los cuales, nacionales, o mejor dicho «Jugadores de Formación Local», que es como se denomina para ver si son considerados no extranjeros, sólo hay 86. O sea, poco más de un 31%.
Confieso que no me hace gracia pensar que sólo uno de cada tres jugadores que se ven en España se pueden considerar de aquí, y lo cierto es que esto no es sólo opinable, sino que ya antes de estos tiempos de globalización no se entendían. Mucho peor si se ahonda mínimamente y si de esos jugadores «de formación local» se descuentan los que no son seleccionables, se queda en sólo 61. Es decir, supera por muy poco el 22%. Ver plantillas en la ACB y buscar los «españoles» puede llegar a deprimir, o si no, opinen ustedes.
Aparte de los casos de Tecnyconta Zaragoza, Valencia Básket o BAXI Manresa, en cuyas plantillas los españoles no tienen sus raíces más allá de nuestras fronteras, lo que llama lamentablemente la atención son los casos de Kirolbet Baskonia, UCAM Murcia o MoraBanc Andorra, que tienen entre sus nacionales a tres o cuatro jugadores foráneos, siendo en la práctica una «rara avis» las figuras de Illimane Diop o Álex Urtasun en vitorianos o murcianos.
Por otro lado, el error tal vez es mío, y lo que hacen los equipos ACB es tan sólo optimizar recursos a base de una interpretación de la normativa llevada al extremo. Sobre todo porque si un marciano juega unos meses en la cantera de cualquier club va a ser tan nacional como cualquier chico de Huelin o de Nerja, pero el problema para mí no es que Pablo Sánchez sea más canterano que Morgan Stilma aunque este último juegue con la selección de Holanda, sino que esta normativa produce la mercantilización de las canteras, generando un dinero para que se beneficien agentes, representantes y directores de cantera, quedando al margen chicos que muy en contadas ocasiones llegan de verdad a la élite y que son juguetes rotos en el momento que se quedan sin el paraguas de la edad y no sirven para dominar en categorías inferiores.
Queda la mar de bien que en Dallas a Luka Doncic le pongan «El Matador», aún siendo de Ljubljana, pero no veo como representativo de la cantera española al esloveno, y entiendo que de la manera actual, sólo se produce una falta de identificación entre equipo y afición, que hay un déficit de figuras representativas en los equipos que hacen que el arraigo se vea como algo en peligro de extinción.
La normativa es la que es, y quizá sería más fácil empezar por arreglar el tema de los comunitarios reduciendo las plantillas a nacionales y extranjeros. Así al menos se ahorrarían los bochornos de casos como el de Nik Caner-Medley, Colton Iverson o Justin Doellman con sus pasaportes de Azerbayán, Guinea Bissau o Kosovo, pese a ser de Massachussets, Dakota del Sur u Ohio. En el caso de las canteras, tal vez sería necesario un milagro, que se trabajara de verdad a favor del jugador nacional, cosa que ni FEB ni ACB, con unas miras casi siempre a corto plazo y con sendas direcciones demasiado frágiles por muchos problemas en un pasado reciente, parece que tengan como objetivo principal.
Tampoco se trata de sobreproteger al nacional evitando que sean más competitivos que los extranjeros. Se trata de darle sentido a un trabajo de cantera cierto, más allá del brindis al sol que suponen habitualmente los equipos inferiores. Sobre todo, es evitar profesionales con 15 años a miles de kilómetros de su casa, produciendo unas transacciones monetarias en las cuales ellos casi nunca son los beneficiados.
Aunque todo esto tiene de fondo el aspecto profesional del deporte, si el balón entra al final lo que nos importa es que el que meta la canasta decisiva vista de verde, pero no hay que perder de vista el camino a recorrer hasta llegar arriba, y sobre todo, de qué forma se está haciendo y qué puede acarrear tomar esta forma de hacer las cosas.