De un tiempo a esta parte, si uno integra una organización empresarial más o menos amplia, se habrá pasado por más de un curso de formación, habrá visto la evolución de la gestión organizativa y habrá oído palabras como asertividad, resiliencia, sinergias, factores exógenos o proactividad. Tener estos apoyos en la dialéctica parece que da cierto fuste a la gestión de los directivos y como que les respalda en el negocio por vacío o fatuo que sea.
Con lo que respecta a nuestro deporte, parece que cada uno de los directivos que llegan al baloncesto, traen muy bien aprendido ese discurso innovador que a base de aplicar “nuevas visiones de negocio”, “inventiva”, “creatividad”, “racionalización en el empleo de recursos” van a descubrir el nuevo mundo y que con el tiempo van a demostrar que ellos son más importantes que diez niños, una cancha, dos aros y un balón.
A día de hoy, a nuestro baloncesto parece que en cualquier conversación que se pueda tener sobre él, hay que mirar bastante más allá de lo que nos gusta, hay que dejar fuera la competición, el balón, los jugadores, las críticas a tal o cual entrenador, la bronca que le montó fulanito al árbitro… más lejos de lo esencial, hay que terminar hablando de dirigentes, de follones organizativos y de un perpetuo descontento entre todos, no por errores en el juego, sino por maniobras que más allá de explicarse, sólo suscitan enojo.
Recapitulemos. Si miramos en lo más cercano, la ACB está llena de problemas, tras los tristemente conocidos por ese veto sistemático que tienen los ascensos de los equipos que vienen de la LEB y que hacen en la práctica una liga cerrada, la entrada de los equipos que se ganan deportivamente el estar en una categoría superior es una quimera, y para que llegue arriba cualquier club, el desfile por los juzgados parece obligatorio. Dejo aparte los problemas económicos que están a la orden del día, porque ante la amenaza que supone la propuesta de la nueva Euroliga, plantear contratos de patrocinio, propuestas deportivas o cualquier otra cosa suena a mucha buena voluntad y muy poca realidad.
En el escalón superior, en Europa, relatar cosas enfada, aburre y seguro que levanta malos deseos, lo cual, siendo la competición que más me gusta, me entristece, pero teniendo en cuenta que se ha anunciado un golpe de estado, y no se tiene idea ni del desarrollo, ni del final del mismo, ni de las consecuencias inmediatas, el aficionado no está expectante, en el mejor de los casos puede estar aliviado por estar entre los poderosos que detentan el poder, y pensar que tampoco está tan mal ser de los abusones del patio del colegio que deciden cuáles son los que pueden jugar con su balón.
Ahora, sale a la luz algo que en su día se denunció, pero que quedó silenciado, las “presuntas prácticas corruptas” (según declaraciones textuales de Miguel Cardenal) del presidente de la FEB, José Luis Sáez, ahora de baja por depresión. No ha hecho falta que caiga deportivamente la selección, pese a que el dirigente pacense ha sido especialista en sacar pecho por su gestión y que ha presumido de “generación de recursos” y “optimización de activos”, al final, esa autodenominada empresa de servicios llamada FEB ha tenido los mismo defectos que tantas organizaciones: modos de gestión dignos de un cortijo latifundista, con el pequeño detalle que el que lo dirige no es el dueño, sino alguien que ha sido nombrado y que cada equis tiempo tiene que dar detalles de sus actuaciones.
La ACB aborta ascensos deportivos en aras de la “sostenibilidad del proyecto” por no cumplir criterios económicos que luego sirven de muy poco, porque aquí los ricos y los pobres siguen siendo los mismos y mandan los de siempre. La Euroliga saca a la luz una normativa hoy y otra mañana para poder hacer atractiva la competición ante la cruel y despiadada actuación de la NBA (del nivel en el que van quedando las ligas nacionales ya hablaremos). La FEB no necesitaba que saliera a la luz (y lo que me imagino que seguirá sacando el diario “El Mundo”) sobre ese pedazo de personaje que es José Luis Sáez, una vuelta sobre las competiciones que tutela seguro que hacen palidecer a más de uno. No hace falta acordarse del maltrato deportivo sufrido en Burgos o en Coín, se puede preguntar cuánto cobran –cuando cobran, que no es siempre- los jugadores de los equipos de LEB Oro o Plata, categorías profesionales nacionales, que no se nos olviden.
Cuando oigo a los dirigentes de exponer las bondades de sus programas, tengo la sensación que nos quieren convencer que es más importante tener un buen abogado que un buen entrenador en un club, oigo la repetición de un montón de frases de la filosofía más barata que se pueda encontrar, válidas tanto para intentar convencer a un grupo de equipos, como a una comunidad de vecinos, y al final, todo queda reducido a que nuestro deporte es tan grande, que pese a tener a esta legión de gente que parece que sólo han venido a aprovecharse, nos ofrece en cualquier partido toda la emoción necesaria para que nos reconciliemos y que lo que nos importa es el juego, ellos están de paso, el juego seguirá permaneciendo.