Los mayas empezaron el problema con su «poca» dedicación, dando por terminado su calendario a finales del pasado año, las maldades del 2012 eran algo esperado. Demostrado o no el fin del mundo, si se pudiera aplicar a nuestro deporte, parece que estaría muy próximo a lo que el equipo del Unicaja se refiere. Como uno ya tiene su memoria, no voy a caer en el error de pensar que no ha habido tiempo más oscuro en el club de nuestra ciudad. No hay que pensar en el Unicaja triunfante de Boza Maljkovic o Sergio Scariolo, ni siquiera en la época de los Michael Ansley, Sergei Babkov o Curro Ávalos, época en la que cada partido era una fiesta. Aquí hemos pasado momentos malos. Sin dirección, sin saber ni tener claro hacia dónde se va, pero he de reconocer que ahora, el horizonte no está ni mucho menos despejado. Vale que la temporada 1987/1988 fue muy canalla, con una Liga completa sin victorias en Ciudad Jardín en la Liga Regular. Ese año «inolvidable» de Teachey, Plummer, Zevenbergen y Branch, de americanos, con un equipo a la deriva que no dejó contento a nadie por incondicional que fuera.
Ahora tenemos una situación no tan mala en el plano de resultados, pero que va adquiriendo tintes muy dramáticos. Con una situación en la que se puede cuestionar a cualquier miembro de cualquier estamento del equipo, no hay jugador sobre el que no se tenga dudas de sus actuaciones. El entrenador no está señalado como máximo responsable, pero ni mucho menos está a salvo. El director deportivo, bisoño en el cargo, tiene muy pocas alegrías que recordar en su gestión. El consejo de administración, casi completamente nuevo en la práctica, tiene más recuerdos gratos de la época que estaban fuera de los órganos directivos que desde que llegaron al poder. El público, la afición, uno de los activos del club y que mayores aplausos ha venido cosechando con el paso del tiempo también tiene grietas, los cada vez menos pobladores de la grada, son menos dóciles, más críticos, mucho más díscolos.
La solución a los problemas no es tan simple como quiere ver el público con sus gritos del pasado domingo de «directiva, dimisión». O, como puede esperarse, con un hipotético cambio de entrenador, que sería la solución más socorrida para el consejo. O el cambio de dos o tres jugadores, como se podría ver por otro lado. Pero lo cierto es que cada uno ha hecho lo debido y ha tenido errores en su cometido.
Si bien está claro que el consejo se ha limitado a cuadrar y gestionar un presupuesto (generoso, pero no exclusivo para este año –no olvidar lo de los años pasados–), el director deportivo y el entrenador han dado el visto bueno para los jugadores que han venido (incluso para aquellos que no han llegado a vestir de verde, pero que han interesado), y los miembros de la primera plantilla no han dejado de desear vencer en todos y cada uno de los encuentros, incluyendo aquellos en los que se ha fracasado.
Aunque el resultado es lapidario, queda claro que nadie quería, pero como dice el refrán: «Entre todos lo mataron y él solito se murió». ¿Dónde están las soluciones? Reconozco que tengo que echarle mucha imaginación a poder vislumbrar la luz al final del túnel donde está metido el equipo, y aunque la lógica me diga que no, si no hay cambio de orientación por parte de los dirigentes del club no queda otra que esperar que los mismos que iniciaron bien el año y parecen incapaces de ganarle al equipo que sea (por débil que parezca), resuciten. Parece un acto de fe, pero mientras llega un cambio de orientación, no queda otra, también naturalmente, esperar que no se cumpla el refrán del título.