El 20 de octubre es una fecha que ha golpeado duro en mi vida. Si no fuera porque sé que el calendario es una ficción humana destinada a organizar nuestra actividad y mitos, el vigésimo día del décimo mes montaría doble guardia en las lindes de la tragedia.
Además de la muerte de mi abuelo Manuel, el mejor amigo que he tenido, un 20 de octubre hace diez años falleció Juan Antonio Cebrián.
Para la gente normal Juan Antonio era un destacado periodista y buen divulgador de la historia. Para los rosaventeros y murciélagos el Cebri era el modelo de una actitud ante la vida.
Cuando tuve la fortuna de descubrir a mis diecinueve años la voz de Juan Antonio en el dial de Onda Cero, yo era un tipo intransigente, inculto y preocupado únicamente de la diversión del minuto posterior. Padecía una profunda miopía universal. Acababa de nacer La Rosa de los Vientos. No soy de los que le seguían en Turno de Noche. Recuerdo sentir cierto complejo frente a sus seguidores más antiguos, cuando referían tiempos pasados que yo no acertaba a comprender.
Nunca pensé que la primera vez que escuché el saludo de Cebrián en ese año 97 comenzaba el cambio más importante en mi actitud ante la vida. La radio es un medio mucho más íntimo y que genera más fidelidad en el público que la televisión. Son muchos y memorables los programas que crean complicidad entre el emisor y el receptor. Pero La Rosa de los Vientos era mucho más.
Juan Antonio Cebrián pronto fue consciente de que se encontraba con algo más entre manos que un programa de radio. Sabía que la épica y la atmósfera podían llevar al oyente mucho más allá. Su intención era señalar un tema, un personaje, un momento y que quien le escuchaba siguiera por su cuenta en la investigación o conocimiento de tal o cual asunto. Juan Antonio dedicó su corta vida a impulsar el conocimiento y la curiosidad en sus centenares de miles de seguidores.
Recuerdo perfectamente sentirme un ignorante en las primeras fechas de mi condición de oyente. Ampliaba al día siguiente la información de los aspectos que más me habían interesado la noche anterior. Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte fueron los primeros y más universales. A medida que pasaban los años llegaron centenares de personajes. Pero también llegó la ciencia y la tecnología, el medioambiente, el cine, el espionaje, el folklore y el misterio. Millares de temas diversos que colmaban e incluso saturaban a quienes ya empezábamos a querer ser como él. Saber lo que él.
No me percaté hasta pasados 5 o 6 años de que él no quería inundarnos de datos. No pretendía enseñar, eso lo hacen muchos. Juan Antonio Cebrián quería inculcarnos una actitud ante la vida. Nos quería humanistas. Nos quería haciendo de altavoces de la historia, de la divulgación y del conocimiento. Juan Antonio Cebrián era un hombre bueno que supo utilizar la radio para cambiar muchas vidas.
Puedo decir hoy que sin Cebrián yo no sería quien soy. Con él me hice curioso, por él escribí mis libros, por él he generado horas de radio, el Cebri sembró en mí una inquietud intelectual que me llevó a muchos otros que fueron conformando mi pensamiento y formación actual.
Murió a los 41 hace hoy 10 años. Retengo su legado y procuro ser digno discípulo de tan gran maestro. Conservo la amistad de su mujer, mi querida Silvia Casasola. De Jesús Callejo y Carlos Canales, a quienes puedo contar entre mis amigos íntimos y que fueron sus grandes colaboradores. Raúl Shogún, Martín Expósito, Juan Ignacio Cuesta, Escribano, Rueda, Cardeñosa… Centenares de oyentes que seguimos en contacto procurando mantener vivo el legado de este gigante.
Tomen nota de lo se puede hacer desde un medio de comunicación. Se puede hacer el bien puro. No es fácil. Por eso duele tanto cuando un grande, cuando uno de los buenos se va. Sobre todo si se va antes de tiempo. Aunque te convertiste en leyenda yo siempre te echo de menos Juan Antonio. Y eso no va a cambiar. Gracias.